martes, 4 de marzo de 2008

SOCRATES, PLATON y ARISTOTELES

ATENCION PROFESORA BEATRIZ PELUFFO:
PASAJE DEL LIBRO “LOS PENSADORES” DE DANIEL J. BOORSTIN, traducido por Santiago Jordán, Editorial Crítica, Barcelona, Enero 2005.



Segunda parte


LA SENDA DE LOS FILÓSOFOS: UN MARVILLOSO INSTRUMENTO INTERIOR



Somos incapaces de ninguna demostración
que el mayor de los dogmatismos no pueda destruir.
Tenemos una idea de la verdad
que no puede destruir el mayor de los escepticismos

PASCAL


DEL CAPITULO V
“SOCRATES, O EL DESCUBRIMIENTO DE LA IGNORANCIA”

La trinidad ateniense: Sócrates, Platón y Aristóteles en ese orden uno fue discípulo del otro y todos nosotros de ellos.

Hecho recogido por Platón en Felón, Sócrates había oído, en la lectura de un libro de un físico eminente de la época, Anaxagoras, “que es la mente lo que pone todo en orden y la causa de todas las cosas…Pensé que si esto era así, la mente ordenadora ordenaría y colocaría toda y cada una de las cosas allí donde mejor estuvieran… Más mi maravillosa esperanza , ¡oh! compañero, la abandoné una vez que, avanzado en la lectura vi que mi hombre no usaba para nada la mente, ni le imputaba ninguna causa en lo referente a la ordenación de las cosas, sino que las causas las asignaba al aire, al éter y a muchas cosas extrañas”.

Esta sensación de frustración convenció a Sócrates de que, si bien los físicos podían aportar algo al conocimiento de la materia de qué está hecho el mundo- aire, éter o agua- y cómo funcionan sus fuerzas, no podía aliviar su desazón acerca de su sentido. “Se apoderó de mi el temor de quedarme completamente ciego de alma si miraba a las cosas con los ojos y pretendía alcanzarla con cada uno de los sentidos. Así pues, me pareció que era menester refugiarme y contemplar en aquellos la verdad de las cosas”.

Tras decidir que “no tenia cabeza para las ciencias naturales”, Sócrates emprendió su propia vía de búsqueda, que seria el punto de partida y el gran desafío de toda la filosofía occidente.

Sócrates fue una persona real, nacida en Atenas en torno al 469 a.C. Su padre fue probablemente un cantero o escultor próspero, y es posible que Sócrates aprendiera de joven el oficio. Sus primeros años fueron al parecer bastante convencionales. Hizo el servicio militar como hoplita, o miembro de la infantería pesada. Algunos ciudadanos no podían permitirse comprar caballos, pero si la pesada armadura que asociamos al arquetipo del guerrero griego: un casco como piezas sueltas para nariz y mejilla, peto y espinilleras. Su principal instrumento era un pesado escudo de bronce, circular, o elíptico, ceñido al brazo izquierdo. Como armas llevaba una corta espada de hierro y una lanza de un metro ochenta. Abrumados con su pesada armadura, los hoplitas bien adiestrados y en formación podían resistir a los arqueros o el empuje de la caballería En su lucha del lado de Atenas en la Guerra del Peloponeso Sócrates se granjeó la fama de duro y valeroso.

Resulta difícil imaginar al obeso y desconfiado Sócrates que conocen los historiadores de la filosofía en un papel tan beligerante y viril. Pero fueron sus hazañas en el campo de batalla, las que primero le valieron la popularidad en su ciudad. “Estaba con él en retaguardia –señala su compañero Laques, refiriéndose al episodio de Delio, en Beocia, 402- y si todo Edmundo se hubiera comportado como Sócrates, nuestra ciudad nunca habría llegado hasta este desastre”. Durante la expedición a Potidea, salvó la vida a Alcibíades, que tendría un papel incómodo en su caótica carrera política de madurez. Sócrates habría rechazado mezclarse en política, puesto que formar parte del poder, como dijo, le obligaría a sacrificar sus principios.

Como ciudadano hizo gala de un notable coraje. En 406, siendo miembro de la Bule, o Consejo Legislativo, fue el único que se opuso a ceder al clamor popular, que pedía que varios generales acusados fueran juzgados en grupo, y no individualmente como imponía la ley. La participación en este Consejo no constituía un empleo político, sino un servicio social perfectamente rutinario del ciudadano. Dos años después, cuando la oligarquía de los Treinta Tiranos Trató de involucrar a Sócrates en sus juicios políticos sumarísimos, sus amigos aceptaron, pero éste, aun a riesgo de su propia vida, se mantuvo inamovible. Aquella independencia podría haberle sido fatal si el año siguiente no se hubiera producido una contrarrevolución, que restauró la democracia. Y esa misma independencia del espíritu le condujo a su juicio en el año 399 a.c., bajo los cargos de dar entrada a dioses extraños y de corromper a la juventud.

¿Cómo se convirtió el soldado modelo admirado por la ciudadanía en un insoportable aguafiestas y en un mártir de la independencia del espíritu? Para responder a esta interesante pregunta no disponemos de testimonios autobiográficos sólidos, sino tan sólo de los relatos tendenciosos de filósofos e historiadores, envidiosos o admiradores. Con todo, pese a lo contradictorio de los testimonios, hay un a clara coincidencia en el Sócrates legendario. Los legos no iniciados en el “problema de Sócrates” no podemos sino asombrarnos ante la confluencia de los rayos de luz dispares de los testimonios en un deslumbrante haz luminoso, que alumbra certeramente la búsqueda interminable del filósofo.

Si alguna vez alguien tuvo vocación, fue sin duda Sócrates, pero pocos sabemos acerca de cuándo o cómo oyó esa llamada. No hay pruebas de que fuera miembro de ninguna secta heterodoxa. Pero la leyenda cuenta que en ocasiones sentía una señal divina (lo que él llamaba “señal acostumbrada”) de su demonio. Hay muchas pruebas de que no se regía sólo por el prosaico silogismo. Aunque podría incriminarle, en su última intervención ante el tribunal, Sócrates evocó su experiencia mística periódica.

Hay en mi algo divino y demónico, un ser del que Mileto habla también en su acusación en tono de burla. Ese ser me acompaña desde niño, se revela como una voz y, cuando se expresa, es siempre para disuadirme de alguna cosa y nunca para incitarme a hacer algo. Este es lo que me impide participar en la vida política. (Platón, Apología, Traducción Enrique López Castellón)

Entre las virtudes más destacadas de Sócrates, Alcibíades recuerda que nunca se le vio ebrio y que tenía sorprendente entereza y resistencia.

Sea cual fuera el impulso, la misión de Sócrates era el descubrimiento de la ignorancia. De joven habría compartido el interés de los físicos por la naturaleza. Pero su interés menguó cuando comprobó que sus cosmologías generaban un caos de simplificaciones contradictorias. Mientras tanto, los sofistas -como Pitágoras, Gorgias y otros- prosperaban, no como escuela de filosofía, sino como maestros ene le arte de la persuasión y del camino al éxito. Protágoras afirmaba enseñar”virtud”, por lo que entendía el arte de triunfar en su mundo convencional. Su famosa divisa, “el hombre es la media de todas las cosas”, Que se ha convertido en un eslogan del humanismo de última hora, al parecer significaba algo distinto para él. Expresaba sus dudas acerca de la autoridad de los dioses, y afirmaba un relativismo que hacía de la obediencia a las leyes de los dioses, y afirmaba un relativismo que hacía de la obediencia a las leyes de la comunidad el principal deber del hombre. Gorgias era célebre por el desarrollo del arte de la retórica y la oratoria persuasiva, que tuvo su auge con el ascenso del partido democrático en Atenas. En los desgraciados años de la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), el pueblo de Atenas padeció una terrible plaga (430-429 a.C.), junto con una derrota militar y la traición de líderes de confianza. Á partir del declive de la ciudad de Atenas desde la era arrogante de Pericles (460-429 a.C.), los sofistas fueron un síntoma más del cinismo y la desconfianza en los valores absolutos. El dios del éxito no quería coronar a una sociedad que había fracasado tan escandalosamente en su larga lucha por constituirse en imperio. ¿Había tal vez un modo de pensar, un instrumento, algún recurso que transcendiera los caprichos del populacho o el engreimiento de los políticos? ¿Podía el espíritu inquisitivo, despojado de todo orgullo, encontrar por fin un camino hacia el conocimiento, algo que pudiera ser el tesoro más valioso y perdurable? En el ínterin, ¿y si la propia búsqueda supusiera un consuelo?

Más adelante, varias doctrinas se basaron en Sócrates. Una fue la teoría de las formas (o ideas), que Platón le atribuía y sobre la cual basó su propio sistema filosófico. Era la tesis de que detrás de cada término, como “belleza” o “bondad”, figura la forma pura e inmutable de una idea, aprehensible, no por los sentidos, sino tan sólo por el espíritu. Lo que los sentidos perciben, por lo tanto, parece real sólo porque participa de alguna manera de esa forma ideal. Aristóteles hizo también de Sócrates el fundador de la lógica. “Pues dos cosas se le pueden atribuir justamente a Sócrates; los argumentos inductivos y la definición universal, ambas relacionadas con el punto de partida de la ciencia”. Sin embargo, Aristóteles dudaba de la posibilidad de aplicar el método científico a la ética. Y las escuelas filosóficas rivales emanarían tanto de la doctrina de las ideas como de los métodos de la lógica socrática. La propia contribución de Sócrates a estas ideas ha sido objeto de arduos y prolongados debates. Pero él ha pervivido como descubridor de la ignorancia, el santo patrón de la introspección.

Pese a la santidad de la palabra, los buscadores que dejaron una impronta más imperecedera en la historia universal fueron quienes encarnaron el misterio de su hazaña en su propia vida, y en su muerte. El mensaje de Jesús estaba menos en lo que dijo en su vida y crucifixión, su martirio a cambio de la “salvación” humana. Las palabras de las Sagradas Escrituras serían objeto de debates interminables, pero lo que vertebró la tradición cristiana fue la crucifixión de un hombre. De igual manera, el mensaje de Sócrates no estuvo en lo que enseñó, sino en cómo instaba ala búsqueda a los hombres, una enseñanza encarnada en su vida y en su martirio. Platón estaba asombrado ante la “absoluta desemejanza de Sócrates con respecto con respecto a cualquier ser humano que exista o haya existido jamás”. Él nos hizo adentrarnos por una senda filosófica en la que el esfuerzo por saber nos e justifica por lo que descubre, sino en la mera búsqueda.

Este carácter elusivo justifica el desmentido constante de Sócrates de que él, uno de los profesores más influyentes que hayan sido, no era en ningún modo profesor, sino sólo una especie de comadrona. “Nunca fui maestro de nadie”. La ambigüedad de su martirio es más seductora con el paso de los siglos. Exactamente, ¿por qué fue condenado a muerte, y por qué optó por la muerte en lugar de la fuga?

El juicio de Sócrates tuvo lugar en la turbulenta Atenas del siglo V. Y a conocemos lo suficiente su vida para intuir la hostilidad que inspiraba a los atenienses mas poderosos. Era amigo de Critias, el líder carente de escrúpulos de los Treinta Tiranos que impuso el reino del terror en 404, el año de la derrota de Atenas ante Esparta. Pero se había granjeado la enemistad de los Treinta Tiranos negándose a participar en sus juicios políticos sumarísimos.

Era también amigo del traidor Alcibíades, tenido por responsable de la caída de Atenas. Pero al mismo tiempo había criticado la constitución democrática, que finalmente se había impuesto. Se encontraba en medio de un fuego cruzado. “Por otro lado, no es de extrañar que cierta gente, valiéndose del río revuelto de la revolución, aprovecharan par vengarse de sus enemigos....Pero no sé cómo, unos hombres influyentes llevaron a mi amigo Sócrates... a los Tribunales, acusándole de algo tan grave como la impiedad, cosa que no le cuadraba en absoluto. Sin embargo, entre unos y otros procesaron y condenaron a muerte a aquél que en su día no había consentido en participar en el arresto ilícito de un hombre que enojes estaba desterrado por ser partidario de los que ahora gobernaban y que en ese momento sufrían también el exilio.”

En el alegato de la acusación, según observa Jenofonte, se declaraba a Sócrates “culpable de negarse a reconocer a los dioses reconocidos por el estado y de introducir otras divinidades nuevas. Es asimismo culpable de corromper a la juventud. La pena solicitada es la de muerte”. El fiscal jefe, Mileto, era, según Sócrates, “un joven desconocido con el pelo arreglado y barbilampiño”, quien al parecer fue utilizado por Ánito, un poderoso político demócrata. Pero la reciente amnistía democrática perdonó todas las condenas políticas. Meleto fue probablemente escogido por Änito por su notable entusiasmo religioso. En ese mismo año, Meleto emprendió otra persecución religiosa”, propiciando un alegato que ha pasado a la historia como una de las escasa manifestaciones de fanatismo religioso en la Antigüedad.

Sócrates, debido a su falta de entusiasmo por la democracia, era un enemigo natural del partido en el poder en el año 399 a.C., el año de su juicio. Negó haber enseñado la existencia de dioses extranjeros. Pero en su discurso en el juicio justificaba que se le hubiera podido llamar el “corruptor de la juventud”.

Es de añadir que a los jóvenes que disponen de más tiempo y que pertenecen a las familias más acomodadas, les encanta seguirme para ver cómo examino a la gente y, a menudo, me imitan y tratan de examinar a otros. Naturalmente, encuentran a muchos que creen saber algo, pero que no saben anda o casi nada. En consecuencia, aquellos a los que examinan se enfadan conmigo, en lugar de hacerlo consigo mismos, y empiezan a decir lo malvado que es un tal Sócrates que corrompe a los jóvenes.... Porque, claro, no van a decir la verdad, es decir, que están fingiendo un saber que no tienen (Apología).

Tras la sentencia, el tribunal no estaba obligado a aceptar la condena impuesta por el fiscal. El propio acusado podía solicitar una pena menos rigurosa. Y, al parecer, los fiscales esperaban e incluso deseaban que Sócrates propusiera el exilio, algo que el tribunal habría aceptado, aliviando asís sus conciencias de la culpabilidad de un asesinato.

Sócrates se negó en redondo, dice Platón. En lugar de solicitar clemencia, Sócrates hizo alarde de su peligroso talento para irritar. Lo que nos ayuda a comprender la impaciencia que suscita su carácter, como han observado historiadores sagaces. “Cuanto más leo sobre su persona- declara Lord Macauly -, menos extraña que lo envenenaran.” Sócrates exigió una recompensa por todo lo que había hecho por Atenas. Como a los campeones olímpicos y a quienes habían dado su gloria a la ciudad, ¿no deberían ofrecérsele comidas gratuitas en el Pritaneo? Sin embargo, no se negó a pagar una multa, cuyo importe sus partidarios ya habían acordado sufragar. Según la diferente versión de Jenofonte, Sócrates mostró su desprecio al no dar ninguna alternativa a la ejecución. También rechazó la oferta de su amigo Critón de ayudarle a escapar y emigrar. No quería anteponer su propia vida y sus hijos a al justicia. No estaba dispuesto a violar las leyes de la cuidad que le había criado. “Peor el contrario, si mueres ahora –Sócrates afirma repetir la voz de las leyes atenienses, que le hablan al oído- , morirás víctima de una injusticia, no de las leyes, sino de los hombres. Pero si huyes y cometes otra injusticia tan vergonzosa, devolviendo una infamia por otra, violando tus compromisos con nosotras y perjudicando a quienes debes mayor respeto – a ti mismo, a tus amigos, a tu patria y a nosotras, las leyes- entonces nuestra enemistad te perseguirá mientras vivas, y cuando llegues al Hades, nuestras hermanas, las leyes que allí rigen, no te recibirán con agrado”. (Critón).

La voz interior, en la que confiaba en última instancia, confirmó a Sócrates en su sometimiento a la pena de muerte. “Esas son, mi querido Critón, las palabras que me parece oír y que, como les sucede a los coribantes con sus flautas, resuenan en mi alma sin dejarme escuchar ningunas otras... Entonces, mi querido Critón, dejemos así las cosas y sigamos la senda que el dios no ha trazado” (Critón).

En ese tribunal de atenienses de cualquier condición y clase, un solo cambio de treinta votos (como calculó Sócrates) la había absuelto. Tras el discurso final, según relata Platón en la Apología, el tribunal votó por la pena de muerte por una mayoría aún mayor.

La ironía del juicio y la muerte de Sócrates siguen siendo un misterio. El aguafiestas del estado, que había expuesto una y otra vez su vida por su ciudad para después ultrajar a sus habitantes, demostrando la superioridad de la razón personal sobre la sabiduría convencional, acabó pagándolo con su vida en una muestra de acatamiento de las leyes de aquella pequeña comunidad. No es de extrañar que el juicio de Sócrates se haya convertido en un juicio para los historiadores que exigen respuestas allí donde Sócrates sólo tenía preguntas. Platón recoge cómo, en sus últimas palabras, rindió tributo a este santuario de la duda, en lo que podría considerarse una invocación a la filosofía occidental:

Pero sólo os pido una cosa: que cuando mis hijos sean mayores, les importunéis y les exhortéis como he hecho yo con vosotros. Y si veis que se preocupan más por las riquezas o por cualquier otra cosa antes que la virtud, o creen ser algo sin serlo, reprochádselo como he hecho yo con vosotros y decidles que olvidan lo principal y que se creen algo cuando no son nada. Si obráis así, mis hijos y yo habremos recibido un pago justo.
Pero ha llegado el momento de marcharnos, yo a morir, vosotros a vivir. Nadie sabe con claridad cuál de las dos es mejor, excepto quizás el Dios. (Critón. Trad.: Enrique López Castellón)



Capitulo VII
“EL ULTRAMUNDO DE LAS IDEAS EN PLATÓN”

En su juventud, Platón se había planteado dedicarse a la carrera política, pero le disgustó el sórdido ambiente imperante en Atenas en la era de las guerras del Peloponeso. Vio cómo los Treinta Tiranos, incluidos sus parientes, trataban de incriminar a su amigo, el Sócrates anciano, en sus crímenes. Cuando este, “el hombre más recto de su tiempo”, fue enviado a la muerte en base a acusaciones ilusorias., Platón tomó la determinación de “desvincularse totalmente de los abusos de la época”. De modo de que acalló su “fuerte atracción por la vida política”.

Por lo que sabemos del as incursiones de Platón en el terreno de la política, es de agradecer que se evitara una larga carrera de frustraciones. Su ingenua aventura siciliana demostró que era un pobre juez de los hombres y carecía de oportunismo político. Sin embargo, cuando pensó en una carrera política no estaba construyendo castillos ene le aire, ya que su distinguida familia y la tradición ateniense de participación cívica le habrían dado numerosas ocasiones de asumir el liderazgo. Pero nada induce a pensar que hubiera sido un nuevo Pericles, o que tuviera el talento para la conspiración de un Alcibíades.

Platón afirmaba que sus antepasados se remontaban a los antiguos reyes de Atenas, a los amigos del legendario Solón y, por último, al dios Poseidón. Su padrastro, en cuya casa fue criado, era un destacado partidario de Pericles. Pero Platón había visto más que suficiente de la política ateniense para mostrarse crítico con los métodos “democráticos”. Con sólo dieciocho años, ya escuchaba al parecer a Sócrates, aunque no fuera todavía su discípulo.

Después de que Sócrates fuera ejecutado, sus amigos, sospechosos para el nuevo régimen, se habrían mudado durante cierto tiempo a los alrededores e Mégara. En esa época, Platón realizó probablemente una gran vuelta por el sur de Italia y Cirene, acercándose a África y a Egipto. Algunas de las observaciones que contiene “Las Leyes” sobre las costumbres, los juegos, el arte y la música egipcios tienen el marchamo de autenticidad del observador directo. Antes de su primera visita a Sicilia, ya había formulado su axioma característico de que “a menos que los filósofos reinen en las ciudades o que cuantos ahora se llaman reyes y dinastías practiquen noble y adecuadamente la filosofía, que vengan a coincidir una cosa y otra, la filosofía y el poder político, y que sean detenidos por la fuerza los muchos caracteres que se encaminan separadamente a uno de los dos, no hay ....tregua para los males de las ciudades, ni tampoco, según creo, para los males del género humano”.

Lo que Platón, llegado a al cuarentena, descubrió en el sur de Italia y Sicilia motivó su enérgico rechazo “de la idea que allí tenían de lo que es una vida feliz, repleta de esos continuos banquetes al estilo itálico y siracusano, y consistente en atracarse de cada dos veces al día, no acostarse ninguna noche solo.... y todo lo que suele acompañar a semejante hábito. Ningún hombre bajo el firmamento, después de haber vivido esa vida desde la infancia, podrá alcanzar jamás la sabiduría: la naturaleza humana no es capaz de esa extraordinaria combinación”.

El acontecimiento fatídico de su primera visita a Siracusa fue el encuentro con un joven atractivo e impresionable, cuyas venturas y desventuras arrastrarían a Platón a la política siciliana por el resto de su vida. Dion se convirtió en su ávido discípulo. En un primer momento, Platón no comprendió que este yerno del “tirano” en el poder, Dionisio I, maquinaba el derrocamiento de la tiranía. ¿Podía ser esta una ocasión propicia para poner a prueba el concepto del filósofo-rey platónico? “Porque Dion, muy receptivo en general y en especial a los razonamientos que le hice, me entendió a la perfección, y aceptó mis consejos con más pasión que ningún otro de los jóvenes que había tratado hasta entonces. Decidió llevar en adelante una vida distinta ala de los itálicos y sicilianos, prestando más atención a la virtud que a los placeres de los sentidos.” Este cambio en Dion le hizo impopular entre sus contemporáneos. Son numerosos los testimonios que narran los esfuerzos de Dionisio I por deshacerse de Platón. Según una versión, Dionisio I secuestró a Platón y se lo entregó a un almirante espartano, quien lo puso a la venta como esclavo en Egina, pero afortunadamente logró que llegara su rescate desde Cirene.

Fue probablemente al regresar a Atenas (en torno a 388 a.C.) cuando Platón fundó su famoso Academia. Algunos han considerado esta institución la antecesora de la universidad moderna, nombrando a Platón “el primer director de una institución permanente para el desarrollo de la ciencia a través de la investigación original”. Pero fue ateniense por antonomasia. El emplazamiento que escogió –a un kilómetro y medio de Atenas- era un jardín junto a una arboleda donde estaba el santuario al héroe Hekademos o Akademos, de donde tomó el nombre de “Academia”. Tenía fama de ser un lugar agradable y tranquilo, con sus paseos umbríos y su gimnasio. Platón tenía un apequeña casa en los alrededores. Pronto se ganó una reputación de buen conferenciante y empezó a atraer a estudiantes de otras ciudades griegas. NO cobraba derecho de admisión ni honorarios lectivos, pero si recibía valiosos regalos de los estudiantes y sus acaudaladas familias. Las comedias de la época se mofan de los estudiantes por sus vestimentas refinadas y delicadas s su afectación de elegancia. Era algo muy distinto de la atmósfera que rodeaba a las conversaciones de Sócrates, abiertas al público, pues pasaba los días en el mercado o en los pórticos del ágora y otros lugares públicos. El ambiente campestre de la Academia atraía a los estudiantes y los retenía durante tres o cuatro años. La reputación de Atenas de ser la escuela de la Hélade la ganó y legitimó merced a la Academia de Platón.

La institución competidora de Isócrates era una escuela enfocada al éxito práctico en la Atenas de aquel tiempo; Platón creía en la búsqueda de la verdad por sí misma. Y, mientras Isócrates enseñaba la retórica y el arte de la persuasión, Platón se centró en las matemáticas.

Exactamente cómo, cuándo o porqué escribió Platón los diálogos que serían el fundamento de la filosofía occidental sigue siendo un misterio no elucidado. Quizás redactara sus diálogos socráticos más célebres antes de los cuarenta, es decir, antes de fundar la Academia. Unas pocas obras, entre las que se cuenta “Las leyes”, se suelen adscribir a su vejez. ¿Cuál habría sido el curso de la filosofía occidental si Sócrates no hubiera tenido en Platón a un discípulo?

En la Academia, Platón –de los sesenta hasta su muerte, a los ochenta años- se dedicó a la gestión de la escuela y a pronunciar conferencias. No le interesaba la redacción de “obras” escritas de filosofía, sino el “descubrimiento “activo, en compañía de otros espíritus capaces de descubrir. Aristóteles califica las enseñanzas de Platón en la Academia de “doctrina no escrita”, observando que el propio Platón se guiaba, en sus conferencias, por ningún manuscrito. Su famoso discurso sobre “el Bien”, tenido por el mejor compendio de su teoría filosófica, nos ha llegado en diferentes versiones, de la mano de oyentes directos: Aristóteles, Jenócrates y Heraclidas de Ponto, los cuales publicaron sus notas. Pero no ha sobrevivido ningún escrito de la mano de Platón.

¿Qué habría hecho Platón con sus últimos veinte años si nos e hubiera dejado arrastrar a la aventura siciliana? La muerte de Dionisio I de Siracusa le ofrecía una oportunidad demasiado tentadora. Como dictador electo cada año y “generalísimo”, Dionisio I había gobernado Siracusa guante treinta y ocho años. La primera visita de Platón a Siracusa le había puesto en contacto con las comunidades pitagóricas, florecientes en la zona y fieles a una tradición muy distinta a la de los pioneros jonios de la ciencia. Un personaje carismático, Pitágoras de Samos (nacido en torno al 580 a.C.), se había afincado en el sur de Italia aproximadamente en el 525 a.C. Ahí fundó una escuela que tenía el atractivo de las religiones. Entre otros dogmas místicos, enseñaba la transmigración de las almas, sosteniendo que recordaba sus propias reencarnaciones anteriores. Para él, el mundo se organizaba en torno a la estética de los números: en su opinión, la única realidad. Tras descubrir la base matemática de los intervalos musicales, Pitágoras elaboró una cosmología del orden matemático. No ha pervivido ningún manuscrito suyo y, a diferencia de Sócrates, no tuvo la suerte de que sus discípulos anotaran sus enseñanzas. Pero algunas de sus tesis están recogidas en los diálogos platónicos. Por otra parte, las comunidades ultramarinas de la Magna Grecia en el sur de Italia y en Sicilia daban a Platón la oportunidad que le había negado Atenas.

A la muerte de Dionisio I en el 367 a.C., le sucedió su hijo, Dionisio II. Este joven, de poco carácter y educación deficiente, no estuvo a la altura del desafío que planteaba la expansión de los cartagineses. El discípulo favorito de Platón, el tío de aquel joven, Dion, se convirtió en regente. “Consideró –señala Platón- que era absolutamente preciso que fuera yo lo más pronto posible a Siracusa para colaborar en su empresa, pues no había olvidado con qué facilidad había logrado nuestras relaciones inspirarle el ansia de vivir una existencia hermosa y feliz”. Pero el partido de Dion, compuesto de jóvenes, suscitaba recelos por parte de Platón, “pues a esa edad los jóvenes son fogosos pero suelen girar en sentidos contrarios”. “Para evitar que algún día pueda verme única y meramente como un hombre de palabras”, decidió adentrarse en la ciénaga siracusana. “Si alguien había de llevar a la práctica mis ideas acercad de las leyes y las constituciones, este era el momento propicio”. Con la ayuda entusiasta de Dion, sólo tenía que persuadir al nuevo dictador de Siracusa.

Dionisio II resultó aún más débil del que temía Platón. Cuatro meses después de su llegada a Siracusa, los intrigantes de la corte lo convencieron al joven e inseguro tirano de que Dion tramaba un complot para apoderarse del trono. Dion fue arrojado al mar en un pequeño bote. Dionisio II, temiendo el descrédito que podía arrojar sobre si la partida de Platón, lo retuvo prisionero en la acrópolis siracusana. El joven tirano, a pesar de que acabó sintiendo afecto por su cautivo, se negó a aprender las lecciones que habrían hecho de él un filósofo-rey perfecto. Aun así, la influencia de Platón en la corte se dejó sentir cuando se puso de modal la geometría. Derrotado por la falta de carácter de Dionisio II y las intrigas cortesanas, Platón desistió finalmente de educar la joven soberano y se le permitió regresar a Atenas.

Pero aquí no acaba la aventura siciliana. Dionisio II siguió en contacto con Platón. Ni aun después de que el joven tirano embargara los bienes de Dion y forzara a su mujer a contraer matrimonio dinástico, abandonó Platón la esperanza. Insospechadamente, aceptaría otra invitación, volviendo para asesorar a Dionisio en el 361 a.C. Este viaje no fue del todo inútil, pues llegó a realizar un borrador de constitución para una federación de ciudades griegas ultramarinas. Un año más tarde, amenazado por los enemigos de Dion, regresó a Atenas, abandonando definitivamente la política siracusana. Dion siguió intentándolo. Volvió a Siracusa para derrocar el gobierno, pero fue asesinado por uno de sus oficiales. Quizás lo más positivo de estas aventuras sicilianas sea la brillante carta autobiográfica que redactó Platón al respecto.

¿Cómo alguien de la inteligencia de Platón, con su depurada experiencia de las intrigas políticas atenienses y siracusanas, pudo abrigar la esperaza de poner aprueba su visón utópica en la corrupta ciudad –estado de Siracusa? ¿Se dejó seducir sólo por la perspectiva que se le abría aquí, y a que no en Atenas, de ver cuán rectamente podía gobernar un dictador instruido en la virtud? Quizás pensara que sus constituciones perfeccionadas podían ayudar a las comunidades griegas de Sicilia a repeler la invasión cartaginesa.

La senda del diálogo, con su implícita idealización de la palabra hablada – las chispas que saltan en la conversación-, dificulta el discernimiento de las doctrinas de cada filósofo. La traducción de las preguntas socráticas a repuestas no puede hacerse sin riesgos. De todos los géneros literarios, probablemente sea el diálogo el que menos se preste al compendio. Con todo, una idea sobresale de entre las demás en las obras de Platón, se ha convertido en un símbolo del “platonismo” y en una clave par la compresión del método de búsqueda platónico. Es su teoría de las Ideas (o “formas”). No sabemos en qué medida se inspiró en Sócrates, pero la influencia histórica de esta teoría s e debe exclusivamente a Platón y sus discípulos.
Pudo inspirarle el malestar imperante en Atenas en vida de Sócrates y Platón. Tucídides, en su “Historia de la guerra del Peloponeso”, da una descripción clásica de este malestar:

Todo el mundo helenístico quedó convulsionado....Muchas desgracias cayeron sobre las ciudades de resultas de las guerras civiles, cosas que ocurren y ocurrirán siempre, mientras la naturaleza humana no cambie... El hecho es que las ciudades andaban con guerras civiles...Cambiaron, incluso, el significado ordinario de las palabras referidas a los hechos para justificarse. En efecto, la audacia irreflexiva se llamó valor de camaradería y la espera prudente, cobardía disimulada; la sensatez, disfraz de la falta de valentía, y la inteligencia para todo, ociosidad indiscriminadas; la precipitación temeraria obtuvo el rango de características de hombría, mientras los proyectos en condiciones de seguridad, el de adornadas excusas de la retirada. Y si los violentos merecían siempre la confianza, los que se les oponían resultaban sospechosos. (Trad.: Luis M. María Aparicio).

Como reacción ante esta inestabilidad, los profesores sofitas habían dado con una respuesta en forma de paradoja: “El hombre es la medida de todas las cosas”. La máxima de Protágoras era una forma de consolarse de la evanescencia de todo recurriendo a la idea de la permanencia del hombre. Al propio tiempo, expresa la relatividad de los demás patrones. De modo que enseñaban retórica, el arte de la persuasión, cómo medrar en ele mundo cuando ya se encontraba uno en él. Sócrates, por su parte, había tratado de desenmascarar las falsas certezas contemporáneas y formular una técnica de la definición universal.

Platón, tras la senda de Sócrates, dio con una idea sorprendente, que plasmó de una manera inolvidable en su mito de la caverna, recogido en “La República”:
Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia delante pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual supone que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas (Trad.:de José Manuel Pabón y Manual Fernández Galiano).

La caverna se convierte en el escenario metafórico en el que Platón revela la diferencia entre el mundo “real” y el mundo de las sombras, que otros han tomado erróneamente por realidad. “Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar ya mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causas de las chiribitas, no fuera capaz d ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión verdadera?....¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería mas verdadero que lo que entonces se le mostraba?
Platón nos insta a buscar las formas inmutables sólo apercibidas en bruto en nuestra experiencia sensible, sumida en las sombras. La palabra”idea” es equívoca en castellano a la hora de describir los objetos de ese mundo inmutable. En griego, idea connota “forma”. Par nosotros, las “ideas”son algo volátil e irreal, mientras que para Platón la Idea era plena y permanentemente real. En cabeza de la jerarquía de las ideas se encuentra el Bien, a que tiene la misma función en Edmundo inteligible que el sol en el visible. No sólo las ideas grandiosas como el Bien tienen una realidad estática eterna. Hasta un objeto tan humilde como un acama es una sombra de una Forma estática y eterna.

-Conforme a lo dicho, resultan tres clases de camas: una, la que existe en la naturaleza, que, según creo podríamos decir que es fabricada por Dios, porque, ¿quién otro podría hacerlo?
-Nadie, creo yo.
- Otra, la que hace el carpintero.
-Si-dijo
-Por tanto, el pintor, el fabricante de cama y Dios son los tres maestros de estas tres clases de camas.
-si, tres.
-Y Dios, ya porque no quiso, ya porque se le impuso alguna necesidad de no fabricar más que una cama en la naturaleza, así lo hizo; una cama sola, la cama en esencia; pero dos o mas de ellas, ni fueron producidas por Dios, ni hay medio de que se produzcan.
-Cómo es así?-dijo
-Porque si hicieran aunque no fueran más que dos –dije yo-, aparecía a su vez una de cuya idea participarían esas dos, y ésta sería la cama por esencia, no las dos otras.
-Exacto- dijo.
-Y fue porque Dios sabe estos, creo yo, y porque quiere se realmente creador de una cama realmente existente y o un fabricante cualquiera de cualquier clase de camas, por lo que hizo esa, única en su ser natural (La República)

¿Qué mejor refugio ante lo efímero del mundo de los sentidos?
Platón había creado una nueva cosmología de las Ideas, un universo recóndito del espíritu. Atribuyó la realidad absoluta –la única realidad, de hecho- a modelos puros. Partiendo del lema socrático “Conócete a ti mismo”, había conducido por sorpresa a los buscadores a un “ultramundo”. Pero también puso a los filósofos sobre una senda sumamente fértil. Si los físicos, los primeros filósofos jonios, sólo se habían preguntado por las causas, Platón, merced a su teoría de las Ideas, obligó a los filósofos a buscar los fines. De esta forma dio la llave a su brillante discípulo, Aristóteles, de infinidad de puertas, que tendrían ocupado a los buscadores durante los próximos milenios.
CAPITULO IX
“ARISTOTELES: UN EXTRANJERO EN ATENAS”

¿Quién había de decir que el discípulo más célebre de Platón sería (en palabras atribuidas al propio Platón) “el potro que cocea a su madre”? ¿O que el heredero del manto del hombre enviado a la muerte por exponer a la luz del día las falacias de su tiempo sería el primer enciclopedista occidental? ¿O que era posible construir una filosofía a partir de la creencia en que “Lo que todo el mundo cree es cierto” (consensus omnium) ¿ ¿O que Aristóteles, un alumno laureado en la Academia de Platón durante veinte años, instruido en la teoría de las ideas, que niega la realidad del mundo sensible, elaboraría un colosal recopilación de datos sobre todo lo divino y lo humano, desde la vida de las abejas y los caballos hasta la forma del corazón y el cerebro humanos, pasando por las leyes de las naciones civilizadas y de las bárbaras?

Por extraño que pueda parecer, semejante prodigio nació en la Atenas clásica. Los buscadores han aprendido tanto de los éxitos como de los fracasos y las zozobras de sus predecesores, quienes son tanto su fuente de inspiración como las metas a batir y los recursos propios. De Sócrates aprendió Platón la cautela y la necesidad de elaborar patrones de sentido propio. De Platón aprendió Aristóteles el peligro de descuidar el mundo sensible. Pero el sucesor no se impuso al maestro, relegándolo a la irrelevancia: los investigadores, como los artistas, nunca llegaron a desplazar por completo a los anteriores espíritus inquisitivos. Todos alargan y enriquecen el menú.

Aristóteles es el coloso cuyas obras arrojan luces y sombras sobre el pensamiento occidental durante los dos milenios posteriores. A pesar de estar plenamente inmerso en las Atenas del Siglo IV, era un extranjero. “El estagirita”, el apodo como se lo conocía en la Edad Media, no se recataba de ocultar su origen foráneo. Nació en Estagira, una ciudad al noroeste de Grecia, en el 384 a.C., no visitó Atenas hasta cumplir los 17 años.

Su padre, Nicómaco, era el médico personal del rey de Macedonia, Amintas, a su vez, padre de Filipo de Macedonia, y abuelo de Alejandro Magno. La familia de Aristóteles tenía mucha tradición en la práctica de la medicina, a la sazón la más practicas de las ciencias griegas. Tras quedar huérfano fue enviado a Atenas para ser educado, donde entró en la Academia como un estudiante más.

“En Atenas –recuerda Aristóteles en una carta escrita poco antes de morir-, la mismas cosas no son apropiadas para un extranjero y para un ciudadano; es difícil residir en esta ciudad”. Se dice que comentó casuísticamente que la única honra que le había deparado jamás la ciudad es la acusación de impiedad, en el 323 a.C. Platón estaba ausente (en su segundo escarceo siciliano) cuando llegó Aristóteles por primera vez a Atenas. Pero, pese a sus ocasionales ausencias, su espíritu señoreaba la Academia.

El joven e impresionable Aristóteles era uno más de los numerosos extranjeros atraídos a Atenas por la fama de la Academia en el norte de Grecia. Al parecer ya había leído los diálogos de Platón en esos años. Le gustó especialmente Felón, en el que se inspiró en un banquete dado en memoria de una migo muchos años después. Hasta en sus obras de críticas de las ideas de Platón está patente la profunda impronta que había dejado en él. Pero no le agradaba la importancia atribuidas a las matemáticas en la Academia, conmemorada en la legendaria inscripción colgada en la entrada “Entren solo geómetras”. “Pero las matemáticas se han convertido hoy en filosofía –se quejaría mas tarde en la Metafísica- , son toda la filosofía porque mas que se diga que su estudio debe de hacerse en vista de otra cosa”. Platón constituía un objetivo de primer orden para el joven y cada día más independiente extranjero. El gran dogma espiritual platónico que negaba la realidad del mundo sensible era un desafio hecho a su medida, pues el espíritu práctico de Aristóteles estaba obsesionado por la gama y variedad de experiencias posibles. Con todo, tuvo suficiente aprecio por las incursiones intelectuales del fundador para seguir en la Academia veinte años, hasta la muerte de Platón en el 347 a.C., e incluso entonces se unió a otro circulo de discípulos del maestro.

Retrospectivamente, puede sorprender que Aristóteles, el más celebre y brillante alumno de Platón no fuera nombrado entonces director de la Academia. Pero probablemente ya se había insurgido contra la teoría platónica de las ideas. Un candidato más con más puntos era Espeusipo, hijo del hermano de Platón. En su calidad de extranjero residente, Aristóteles no podía haber heredado los bienes inmuebles sin una dispensa especial. Demóstenes, un valor en alza, estaba en esa época atizando el miedo ateniense ante el peligro encarnado por Macedonia, la región donde nació y se crió Aristóteles. Tampoco podía éste volver a Estagira. Acababa de ser destruida por Filipo (348 a.C.), como uno de los últimos obstáculos a la expansión del imperio macedonio: los atenienses no habían sabido salvarla.

Estas circunstancias dieron a Aristóteles la ocasión de lanzarse a su versión personal de la aventura siciliana de Platón. Con la colaboración de Jenócrates, un amigo de la Academia, fue en busca de un emplazamiento de una nueva Academia, y se dejó tentar por la oferta de Hermias, un rey aventurero de un reino pequeño de Asia Menor, cuya capital era Atarneo. Al parecer, Hermias había visitado la Academia ateniense y le agradaron las enseñanzas ilustradas de los filósofos platónicos. Decidió que la nueva Academia se fundara en la ciudad Azzos y dio a su sobrina e hija adoptiva en matrimonio a Aristóteles. En Azzos, los filósofos se reunían en un peripato, una avenida cubierta, el prototipo de la posterior academia aristotélica más conocida. Y en esa ciudad dio rienda suelta al interés por la naturaleza que la acompañaría toda la vida, reflejando en numerosas referencias a diversos lugares y criaturas de esta parte de Asia Menor. Pero Hermias murió a manos de los persas antes de poder convertirse rey-filósofo platónico. Aristóteles alabaría a su patrón fenecido en una Eulogia a Arete, la Virtud. Después de solo tres años en la Academia de Hermias, Aristóteles se mudo a la isla cercana de Mitilene, dónde se encontraba cuando Filipo de Macedonia envió a buscar a un tutor para su hijo Alejandro.

En una coincidencia histórica, el filósofo occidental más influyente comenzó a instruir al futuro conquistador del imperio más extenso del occidente antes de la era romana. Plutarco narra la búsqueda de Filipo del mayor filósofo del mundo para que tutelara a su hijo de 13 años. No son tan claras las razones de la elección de Filipo, pues Aristóteles no era por entonces excesivamente celebre. Quizás fuera el propio Aristóteles que buscara ese puesto, con la esperanza de reconstruir su ciudad natal de Estagira. Sí se sabe que fue generosamente por sus servicios como tutor y que murió rico. También parece probable que Filipo y Alejandro costearan las investigaciones de historia natural del maestro, nombrando a guardabosques para que anillaran a los animales salvajes de Macedonia. Lamentablemente, esta historia no tuvo repercusiones, pues pocos elementos dejan suponer que Aristóteles tuviera una influencia persistente sobre Alejandro Magno. Nunca menciona a Alejandro en las obras que nos han llegado, ni se refiere directamente a su época de tutor en Macedonia. Tampoco dispone de un comentario del propio Alejandro sobre sus impresiones acerca del mayor filósofo del mundo. Bertrand Russell especula burlonamente con la posibilidad de que el joven y ambicioso Alejandro se aburriera con él “el tedioso pedante viejo que su padre le había echado encima para que no se metiera en líos”.

“Los jóvenes no constituyen la audiencia idónea para la ciencia política –se lamentaba Aristóteles- no tienen experiencia de la vida y, al dejarse guiar todavía por las emociones, no hacen más que escuchar, en vano, inútilmente”. Pese a todo, al parece escribió varios panfletos, especialmente para el joven Alejandro, entre los que se cuentan De la Monarquía, Elogio de las colonias y probablemente De la Prosperidad. Al práctico Aristóteles, el filósofo-rey platónico debía parecerle fantasía pura. Le interesaban más las posibilidades que tenia el carácter real de “la raza helénica”, equidistante entre los europeos, “muy espirituales pero carentes de inteligencias y aptitudes; por lo que gozan compartiendo cierta libertad, pero carecen de organización política y son incapaces de gobernar a los demás”, y los “nativos de Asia... inteligentes e inventivos, pero....poco espirituales, por lo que siempre están en estado de sometimiento y esclavitud”. Por suerte, la raza helénica, situada entre ambos, es de “un carácter intermedio, pues es fogosa y al mismo tiempo inteligente. Por ello sigue siendo libre, y es la mejor gobernada de las naciones, y, si pudiera unirse en un solo Estado, estaría en condiciones de dominar el mundo”. Por eso, al mezclar a los bárbaros con los griegos, el formidable proyecto de Alejandro no logró cosechar los beneficios especiales derivados del carácter helénico.

Tres años después, cuando Alejandro tan solo tenía 16 años, su padre Filipo, fue a la guerra contra Bizancio y dejó a su hijo como regente. En ese momento concluyo la misión de Aristóteles como tutor, pero fue el principio de una amistad con el general macedonio Antipato, capital en su vida. Cuando Alejandro ascendió al trono en el 336 a.C., con veinte años, y desencadenó su ambiciosa campaña asiática, dejó a Antipato como regente en Grecia. Al amparo de su reciente amistad con Antipato Aristóteles lo nombró su albacea testamentario. Así se explica su apología de la amistad en su obra Ética. “Sin amigos nadie querría seguir viviendo, aunque poseyera el resto de los tesoros”. Macedonia dominaba a Grecia y el ascendente macedonio en la península resultaría beneficioso para Aristóteles en su regreso a Atenas. Pero la “conexión macedonia” supondría su ruina.


CAPITULO X
“SENDAS DICTADAS POR EL SENTIDO COMUN” (ARISTOTELES)

A su regreso a Atenas, tras comprobar el talento menos amistoso de la Academia, Aristóteles creo su propio centro docente en el Liceo. Respetando el proceso de la Academia el Liceo también estaba dedicado al culto de las musas, y contaba con una sala de conferencias y una biblioteca. La leyenda atribuye a Aristóteles la primera recopilación sistemática de libros. Se celebran, asimismo, simposio, o banquetes festivos, con arreglo a las propias normas elaboradas por el propio Aristóteles.

En el Liceo Aristóteles pronunciaba conferencias, realizaba investigaciones científicas y supervisaba y cotejaba las investigaciones de sus discípulos. Por la mañana hablaba con estudiosos serios, por las tardes con quien quisiera acudir. Hablaba mientras caminaba, por lo que se convirtió en el filósofo “peripatético”. La atmósfera imperante era muy diferente de la Academia de Platón, donde se dialogaba, donde la conversación espiritual arrojaba destellos de luz. Aristóteles buscaba la luz de la experiencia del mundo sensible, a la que Platón no había dado importancia. Aristóteles estaba más próximo a los científicos y filósofos presocráticos, que preguntaba de qué estaba hecho el mundo y cómo funciona.

Recopilo libros de notas personales sobre todo tipo de temas, que luego ponía a disposición de los estudiantes. Asignando un tema distinto a cada alumno, les alentaba a realizar sus propias observaciones y a sacar conclusiones personales de sus descubrimientos. Si a los estudiantes les parecían repulsivos los olores que provocaba la disección de algunos de los seres más pequeños de la naturaleza. Aristóteles les replicaba que “la consideración de la s formas de vida más baja no debería causar una repugnancia pueril. En todas las cosas naturales hay algo maravilloso”.

La diferencia más marcada con el estilo de Platón se daba en lo referente a la política. Mientras Platón pinto un cuadro deslumbrante de una república ideal, las especulaciones de Aristóteles seguían fielmente las descripciones efectuadas por sus ayudantes sobre 158 sistemas políticos griegos diferentes y en activo. A sobrevivido un ejemplo de este método merced al reciente descubrimiento de la Constitución de Atenas, el primer libro de la serie, escrito quizás por el propio Aristóteles. Los 157 libros perdidos, probablemente obras de sus estudiantes abarcaban el mundo mediterráneo desde Marsella por el oeste hasta Creta, Rodas y Chipre, Las comunidades de los mares Egeo , Jónicos y Tirreno, otro lugares de Europa, Asia y África. A pesar de su erudición, Aristóteles advertía certeramente que, en política, nos deberíamos contentar con “esbozar la verdad a grandes rasgos”. “Es signo del hombre instruido perseguir al precisión en todas las esferas, en al a medida que la admita el propio sujeto de investigación; evidentemente es igual de absurdo aceptar un razonamiento probable de un matemático como exigirle pruebas científicas a un retórico”.
En los 12 años que paso en su Liceo, Aristóteles ultimo las obras que lo convirtieron en nuestro primer enciclopedista y el creador de la terminología occidental de todas las disciplinas, desde la lógica a la poesía, pasando por la política y la biología. Resulta imposible determinar cuanto hay de Platón en sus enseñanzas y cuanto de reacción antiplatónica. Tampoco podemos saber con exactitud el orden de aquellas de sus obras que han llegado a nuestros días.

El filósofo Aristóteles observa, Bertrand Russell, fue “ el primero e n escribir como un profesor... un enseñante profesional, y no como un profeta inspirado”, una suerte de “Platón diluido por el sentido común” . Su existo como maestro profesional lo atestigua mejor que nada la estructuración precisa y definitiva que dio a todos los temas que abordo. Pero no por ello cayo en la estreches de miras propias de pedante. No hubo asunto , pregunta o disciplina del conocimiento que este buscador no lograra tocar. La increíble extensión de su curiosidad y sabiduría no tiene parangón en el mundo occidental. .el siguiente esfuerzo equiparable Encyclopédie (1751-1752) (1756) de Diderot, que precisó la colaboración de los grandes pensadores de la época y se publico en 35 tomos. Retrospectivamente resulta tan sorprendente al variedad de los escritos de –Aristóteles como su concisión, pues consiguió comprimir sus estudios universales en lo 1500 páginas. Las enciclopedias posteriores han recurrido al expediente del a ordenación alfabética de los artículos para dar cierta apariencia de orden pero Aristóteles creo un orden que emanaba de los propios temas tratados.

Y es que el motor de las investigaciones de Aristóteles es el sentido común. Al dar comienzo al sus tratados filosóficos con el sentido común , da a sus ideas una plausividad que pone a sus oponentes- y en particular a los filósofos sutiles – a la defensiva. El orden que encuentra en los temas no parecen venir impuestos por el filósofo sino constituir una clasificación progresiva de la experiencia de cualquier persona.





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