lunes, 5 de mayo de 2008

PRIMER BORRADOR TRABAJO SOBRE LA LIBERTAD EN LAS CONSTITUCIONES POLITICAS DE CHILE 1811 - 1980 2


INVESTIGACIÓN
“TALLER DE HISTORIA DE LA CULTURA JURÍDICA”

“LA LIBERTAD”


INTEGRANTES:
Cristian Miranda
Patricio Morales
Araceli Navarro
Cheuquelén Ñancucheo
Gabriel Ocampo
Ismael Olivari


La Libertad

Concepto
La libertad es un concepto muy amplio al que se le han dado numerosas interpretaciones por parte de diferentes filosofías y escuelas de pensamiento. Se suele considerar que la palabra libertad designa la facultad del ser humano que le permite decidir llevar a cabo o no una determinada acción según su inteligencia o voluntad. La libertad es aquella facultad que permite a otras facultades actuar y que está regida por la justicia.
Sobre la libertad se ha dicho y se seguirá diciendo mucho. Se argumenta, por ejemplo, en algunas concepciones, que siendo el hombre libre no lo es del todo pues tiene toda actividad regulada por pautas de conducta que le dicen lo que debe y lo que no debe hacer. A estas se suma la contradicción que sostiene que aún teniendo la conducta regulada por normas existe la disyuntiva de lo que el individuo decide o no decide hacer, otorgándole otra acepción a la palabra libertad, libre albedrío.

Se trata de la “facultad humana de dirigir el pensamiento o la conducta según los dictados de la propia razón y de la voluntad del individuo, sin determinismo superior ni sujeción a influencia del prójimo o del mundo exterior”, a lo que podemos agregar que, siendo así, el ser humano es libre independientemente de la existencia de las normas que rigen su conducta y de las sanciones que, como resultado de la priorización optada, se deriven.

Pero este hecho tiene un antecedente nacido de una relación de dependencia, si nos remontamos a los tiempos primeros de la existencia del hombre, la única posibilidad que tuvo el animal humano para subsistir dependió de la formación de grupos (clanes, tribus, gangs). Lo que explica un rasgo del hombre tan antiguo como su existencia: su sociabilidad”–. Si a esto le sumamos lo venido después, desde las viejas Concepciones Estatales, Platónicas como Aristotélicas, Rousseau y su Social Contract, el nacimiento del Constitucionalismo, Montesquieu y la Teoría de la Separación de Poderes y el reconocimiento de los Derecho Fundamentales de las Personas, concluiremos –inobjetablemente– que la libertad forma parte de la evolución del hombre y que ha sido tema de discusión y polémica durante toda nuestra existencia y que además se denota una gran dependencia, o necesidad, del hombre a vivir con otros en sociedad para facilitar la respuesta a sus necesidades. Siendo así y dando cuenta que al fin el hombre es

libre y que en medio de tanta libertad depende de otros para poder aplacar su necesidad de bienes que le aseguren la subsistencia; la misma relación de dependencia, ¿no constriñe la libertad?

A continuación enfocaremos el tema según algunos autores:

Guillermo Cabanellas define a la libertad en una forma genérica como: “Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo cual es responsable de sus actos”, sin embargo este mismo autor asigna, en el campo jurídico, la siguiente sentencia: “Entendida la libertad como autonomía individual, absoluta en el pensamiento, y mayor o menor según las relaciones surgidas de la convivencia social, ha movido a definiciones de juristas y legisladores. Envuelta en la anonimia, pero aureolada por notable perspicacia jurídica, los romanos decían: “Libertas est potestas faciendi id quod Jure licet” (La libertad es la facultad de hacer lo que el derecho permite)”.

Justiniano transcribió en el Digesto el concepto y las palabras similares de Florentino: la libertad es la facultad de hacer cada uno lo que le plazca, salvo impedírselo la fuerza o el derecho.

Aún encadenada así en algo la libertad, su valor es tan grande que Gayo la consideraba como el mayor de los bienes: “Libertas omnibus rebus favorabilior est” (La libertad es la más preciada de las cosas). Y tan elevado es su precio que, ratificando a su colega Ulpiano, exclamaba: “Libertas pecunia lui non potest” (la libertad no se puede pagar con dinero). Los piratas sarracenos, con los cristianos medioevales y los guerrilleros morunos con los prisioneros de guerra del siglo XX, demostrarían que aquel insigne jurista no siempre estaba en lo cierto.

Paulo, a su vez, expresaba: “Libertas ad tempus dari non potest” (La libertad no se puede conceder temporalmente). Por que esa amenaza de retornar a la esclavitud amarga, como simple condena a la libertad, la transitoria liberación. No obstante, en la realidad procesal y como atenuación penitenciaria, se conoce esa libertad revocable o en cuotas que representan instituciones como la libertad provisional de los procesados y la libertad condicional de los condenados de ejemplar comportamiento ulterior.

Las Partidas, inspiradas en el Digesto, caracterizaban la libertad cual “poderío que ha todo hombre naturalmente de hacer lo que quisiese, sólo que fuerza o derecho de ley o de fuero se lo embargue”.

En Francia, en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la libertad se consagra como Derecho Fundamental en el artículo 2° y se define en el 4° en estos términos: “La facultad de hacer todo aquello que no perjudique a otro”.
Como conducta personal, la libertad se entiende en el sentido más amplio y a la vez ingenuo. En el Anarquismo Puro, como aquella potestad de hacer lo que se quiere, imposible por carecer de omnipotencia y por el respeto que infunden los demás en su individualidad y en su conjunto. Con sentido más moral, la libertad se

circunscribe a hacer cuanto no daña a otro, con la imprecisión consiguiente al daño y a la autoridad para apreciarlo. En aspecto más jurídico, la libertad consiste en el derecho de hacer cuanto las leyes permiten y todo lo que no prohíben.
Desaparecida la esclavitud, al menos en sus formas más groseras, la libertad personal está garantizada en el orden civil, y es irrenunciable e inalienable. No sucedía así en el Derecho Romano, donde dada la extensión de las facultades individuales, el mayor de 20 años podía vender su propia libertad y transformarse en esclavo, condición digna del capaz de tal suicido moral.

El propio Escriche, partícipe del entusiasmo que la libertad suscitaba en todos sus aspectos y más en la España del siglo XIX, luego de su calvario constitucional y de la primera de las guerras civiles ganada bajo su signo, declara que la libertad –en su sentido natural y verdadero– es la facultad que tiene el hombre de obrar o de no obrar en todo, como crea convenirle. Por eso toda la ley le es contraria, por que toda la ley le ataca y disminuye. Pero no llega a una conclusión anarquista, como buen jurista.

Por eso agrega que la ley que nos quita una parte de nuestra libertad nos asegura la porción que nos queda, confiriéndonos los derechos de seguridad personal, de protección para el honor y de prosperidad; de modo que el sacrificio que hacemos para adquirir tan preciosos bienes es mucho más pequeño que la adquisición. La libertad, pues, de los ciudadanos, será mayor o menor según la mayor o menor gravedad de los obstáculos que la ley oponga a sus acciones o actos; y tales pueden ser las leyes de un estado que absorban casi enteramente la libertad de los individuos que lo componen.

La libertad, por la que se luchaba empeñosamente en Europa en el curso del siglo XIX, se ha convertido en el siglo XX en divisa de carácter internacional. Con el lema de la “Libertad de los Pueblos” hicieron los luego vencedores de la Primera Guerra Mundial; pero a ello siguió una ola de dictaduras en Europa, como nunca se había conocido desde el destruido Absolutismo Real. Por la aspiración de la “Libertad del Iindividuo”, oprimido en los sistemas totalitarios, se anunció que se batallaría en la Segunda contienda universal; y también los triunfadores –a tanta distancia ya de su victoria– tienen mucho que cumplir.

El ansia de libertad, inextinguible en los individuos y en los pueblos por larga que la opresión se muestre e insaciable por mayor tolerancia que se logre o consienta, se manifiesta en la vida de los países coloniales como sentimiento de emancipación e independencia.

Libertad Definiciones:
(Del lat. libertas, -ātis). Se puede desprender:
1. f. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.
2. f. Estado o condición de quien no es esclavo.
3. f. Estado de quien no está preso.
4. f. Falta de sujeción y subordinación. A los jóvenes los pierde la libertad.
5. f. Facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres.
6. f. Prerrogativa, privilegio, licencia. U. m. en pl.
7. f. Condición de las personas no obligadas por su estado al cumplimiento de ciertos deberes.
8. f. Contravención desenfrenada de las leyes y buenas costumbres.
9. f. Licencia u osada familiaridad. Me tomo la libertad de escribir esta carta. Eso es tomarse demasiada libertad. En pl., u. en sent. peyor.
10. f. Exención de etiquetas. En la corte hay más libertad en el trato; en los pueblos se pasea con libertad.
11. f. Desembarazo, franqueza. Para ser tan niña, se presenta con mucha libertad.
12. f. Facilidad, soltura, disposición natural para hacer algo con destreza. Algunos pintores tienen libertad de pincel. Ciertos grabadores tienen libertad de buril.


¿Existen clases de libertad?

De acuerdo a Ortega y Gaset, el hombre se encuentra inmergido en el mundo y actúa en diferentes planos: en el plano material o mundo de la naturaleza, y en el espiritual o mundo de la cultura.

El mundo de la naturaleza es el mundo de la necesidad, pues está regido por la ley de casualidad, mediante la cual –de un modo ineluctable– a todo efecto corresponde una causa. En cambio, el mundo de la cultura es el mundo de la libertad, porque dicho mundo es creado por acciones humanas que son realizadas por el hombre no casualmente, sino obedeciendo aun principio teológico finalista. Una piedra debe caer necesariamente, de acuerdo con las leyes de la gravedad; un hombre puede o no realizar un acto, aceptando las consecuencias de su acción u omisión.

Siendo así, la libertad tiene un concepto amplísimo ya que puede referirse a las cosas del mundo de la naturaleza o bien a la del mundo de la cultura. Según Soler “si algún concepto hay cuyos atributos sean infinitos, inagotables, ese concepto es el de libertad”.

La libertad absoluta no existe pues aún los cuerpos en el espacio se hallan sometido a las leyes de la gravedad universal de Newton o a las del campo unificado de Einstein.

En el mundo de la cultura tampoco existe la libertad absoluta, por cuanto ella debe detenerse ante la esfera de la libertad de los otros hombres con quienes convivimos.

De allí que la libertad sea una entidad relativa y podríamos conceptuarla como la no sujeción a algo. Pero esta concepción, vaga y generalizada, debe delimitarse; así decimos: libertad física, o sea no sujeción a algo material; libertad biológica, o sea vida independiente de otros organismos; libertad política, o sea gobierno propio que es independencia con respecto a lo externo y posibilidad de elegir gobernantes o de ser elegido en lo interno; libertades públicas; libertades civiles; libertades económicas; etc.

En el mundo de la cultura, la libertad puede ser individual o colectiva. La libertad colectiva consiste en la independencia con respecto a otros Estados.
La libertad individual puede ser pública o privada, o sea libertad política y libertad civil, dentro de la vieja denominación de Aristóteles.

Así tendremos que una aproximación al concepto de libertad nos la hace mostrar como un derecho, como un derecho imprescindible e inalienable de la persona humana, insito a ella y por ende perteneciente indisolublemente a su naturaleza.
Esto nos conduce a la concepción de la libertad como un derecho natural, un derecho natural fundamental y primordial.

De acuerdo a la Enciclopedia Jurídica Omeba, tendremos que Libertad en el sentido de la Filosofía del Espíritu, “es el estado existencial del hombre en el cual éste es dueño de sus actos y puede autodeterminarse conscientemente sin sujeción a ninguna fuerza o coacción psicofísica interior o exterior. Opónese así este concepto al de determinismo causal que, en la medida en que implica forzosidad, es y constituye una limitación a la posibilidad de obrar.”

Lo que nos indica esta definición es que se debe entender por acto libre aquel que se ejecuta con dominio y propiedad en la decisión; esto es, con pleno conocimiento y facultad para realizar otro distinto o, cuando menos, para omitirlo.
La existencia de la libertad es un hecho de experiencia inmediata y universal en la vida humana; un hecho que es, a la vez, el de la coexistencia social del hombre. Y si la coexistencia social implica la vigencia de uno o más sistemas normativos, resulta que el hombre es libre en tanto posee una inteligencia capaz de comprender el sentido normativo de sus actos y una voluntad capaz de decidir la realización e éstos.

La libertad humana opera así, tanto en la esfera de la razón como en la de la voluntad. De ahí que todo ejercicio de aquélla signifique una volición no ciega ni absoluta ni instintiva, sino racional. Y de ahí también que el grado de libertad interior depende proporcionalmente del conocimiento del sentido de una acción.

Sobre todo lo anteriormente dicho, podríamos decir que la libertad es un derecho que otorga el Estado al individuo y no es una norma jurídica sino que es el poder del individuo de realizarse a sí mismo, de resistir a la opresión del Estado y las Leyes, a la esclavitud de las cosas, a fin de desarrollar su íntima personalidad y erigirse en el creador de su propio destino.

Esto podríamos decir entonces, que es una libertad cívica:

Libertades Cívicas
El concepto de la libertad política está estrechamente vinculada con los conceptos de las libertades cívicas o civiles y los derechos individuales, incluidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que, sin embargo, no han llegado a ser universales.
Las libertades cívicas pueden considerarse como la capacidad de realizar diferentes actos de trascendencia pública sin impedimento estatal, y gozando para su disfrute de la protección del mismo Estado. Entre éstas podemos destacar:
Libertad de asociación: Es un derecho, consagrado en la Constitución, que el Estado debe reconocer, amparar y garantizar en su adecuada autonomía. Así, en la fundamentación de la presente ley ello implica, por un lado, la posibilidad de crear asociaciones de todo tipo, con o sin personalidad jurídica, y por otro, que nadie puede ser obligado a pertenecer a una determinada asociación para poder ejercer algún derecho, junto con existir libertad para desafiliarse y para que la asociación se dote de la finalidad que estime conveniente. El legislador, sobre esta materia, solamente regulará ciertos aspectos considerados esenciales.
Libertad de circulación: Es el derecho de toda persona a moverse libremente por el mundo, ya sea dentro de un país o de un país a otro. Está reconocido parcialmente en el artículo 13º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.[]
Libertad de enseñanza: El derecho de las personas a educar a sus hijos conforme a sus propias convicciones.
Libertad de empresa: La libertad de empresa resulta ser un tema trascendental en el derecho empresarial o derecho de la empresa o derecho de los negocios, corporativo y constitucional económico, motivo por el cual desarrollamos la misma, abarcando sobre todo las manifestaciones de la misma.
Libertad de expresión: Derecho de expresar y defender públicamente las ideas y opiniones propias.
Libertad de reunión: El ser humano es un ser social y por ende necesita interrelacionarse con los demás para poder desarrollar todas sus dimensiones y encontrar el sentido pleno de su existencia. La libertad de reunión y de asociación pacífica es un derecho básico, no solo del individuo en particular, sino de la sociedad y su bien común.
Libertad de pensamiento: ello es buscar el conocimiento para tener una mente más abierta y menos mecánica; desprendernos de nuestras emociones negativas que ahogan nuestra vida afectiva e impiden la entrada del Amor; desprendernos de la falsa seguridad que nos proporcionan los condicionamientos; del temor que nos produce el no pertenecer a algún Movimiento etiquetado o a conocer otras formas de pensamiento. Atrevernos a dejar de ser repetitivos y aventurarnos a descubrir la vida por nosotros mismos a través de nuestras vivencias. "Tomar la realidad con las manos desnudas, sin guantes" como decía D. T. Susuki. Vivenciar la vida como se disfruta el perfume de una flor, sin que nos importe conocer su nombre botánico.
Libertad de prensa: Es la existencia de garantías con las que los ciudadanos tengan el derecho de organizarse para la edición de medios de comunicación cuyos contenidos no estén controlados por los poderes del Estado.
Libertad intelectual: Es uno de los derechos fundamentales reconocido en la declaración universal de los derechos humanos. En sentido amplio, toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Libertad religiosa: Es una libertad que refiere a la opción de cada ser humano de elegir libremente su religión, de no elegir ninguna (irreligión), o de no creer o validar la existencia de un Dios (ateísmo y agnosticismo) y poder ejercer dicha creencia públicamente, sin ser víctima de opresión, discriminación o intento de cambiarla. En las democracias modernas generalmente el Estado garantiza la libertad religiosa a todos sus ciudadanos, pero en la práctica la elección del credo está dado generalmente por costumbre familiares y sociales, asociándose frecuentemente ciertas sociedades a ciertas religiones. Además las situaciones de discriminación religiosa siguen siendo muy frecuentes en distintas partes del mundo, registrándose casos de intolerancia, preferencia de una religión por sobre otras y persecución a ciertos credos.
Libertad sexual: Son parte de los derechos humanos e incluyen el derecho de toda persona a tener placer y a controlar su sexualidad satisfactoriamente y sin riesgos.
Libertad Positiva y Negativa
Coaccionar a un hombre es privarle de la libertad: libertad, ¿de qué? Casi todos los moralistas que ha habido en la historia de la humanidad han enlazado la libertad. Igual que la felicidad y la bondad, y que la naturaleza y la realidad, el significado de este termino se prestan a tantas posibilidades que parece que haya pocas interpretaciones que no le convengan. No pretendo comentar la historia ni los muchísimos sentidos que de esta palabra han sido consignados por los historiadores de las ideas. Propongo examinar nada mas que dos de los sentidos que tiene esta palabra, sentidos que son, sin embargo, fundamentales, que tienen a sus espaldas una gran parte de la historia de la humanidad, y me atrevería a decir, que la van a tener todavía. El primero de estos sentidos que tienen en política las palabras freedom o liberty que empleare con el mismo significado- y que siguiendo muchos precedentes, llamare su sentido negativo, es el que esta implicado en la respuesta que contesta a la pregunta de que cual es el ámbito en que al sujeto –una persona o un grupo de personas- se le deja o se le deja hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin que en ello interfieran otras personas. El segundo sentido, que llamare positivo, es el que esta implicado en la respuesta que contesta a la pregunta de que o quien es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra. Estas dos cuestiones son claramente diferentes, incluso aunque las soluciones que son deán ellas puedan mezclarse mutuamente.

La Idea de Libertad Negativa

Normalmente se dice que soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad. En este sentido, la libertad política es simplemente el ámbito en el que un hombre puede activar, sin ser obstáculo por otros. Yo no soy libre en la medida en que otros me impiden hacer lo que yo podría hacer si no me lo impidieran, y si a consecuencia de lo que me hagan otros hombres, este ámbito de mi actividad se contrae hasta un cierto limite mínimo, puede decirse que estoy coaccionado a quizás oprimido. Sin embargo él termino coacción no se aplica a toda forma de incapacidad. Si yo digo que no puedo saltar mas de diez metros o que no puedo leer por que soy ciego, o que no puedo entender las paginas más oscuras de Hegel, seria una excentricidad decir que en estos sentidos estoy oprimido o coaccionado. La coacción implica la intervención deliberada de otros seres humanos dentro del ámbito en que podría actuar si no intervinieran. Solo se carece de libertad política si algunos seres humanos le impiden a uno conseguir un fin. La mera incapacidad de conseguir un fin no es falta de libertad política. Esto se ha hecho ver por el uso de expresiones modernas, tales como libertad económica y su compartida opresión económica. Se dice, muy plausiblemente que si un hombre es tan pobre que no puede permitirse algo respecto a lo cual no hay ningún impedimento legal – una barra de pan, un viaje alrededor del mundo, o recurrir a los tribunales de la misma manera que la cojera mas impide correr naturalmente no se diría que esta incapacidad es falta de libertad y mucho menos falta de libertad política. Solo porque creo que mi incapacidad de conseguir una determinada cosa se debe al hecho de que otros seres humanos han actuado de tal manera que a mí, a diferencia de lo que pasa con otros, se me impide tener suficiente dinero para poder pagarla, es por lo que me considero victima de coacción u opresión. En otras palabras, este uso de este término depende de una especial teoría social y económica acerca de las causas de mi pobreza o debilidad. Si mi falta de medios materiales se debe a mi falta de capacidad mental, o física, diré que me han quitado la libertad (y no meramente hablaré de pobreza) solo en el caso de que acepte esta teoría. Si además creo que no me satisfacen mis necesidades como consecuencia de determinadas situaciones que yo considero injustas e ilegitimas, hablará de opresión o represión eco Mónica. Rousseau dijo: La naturaleza de las cosas no nos enoja, lo que nos enoja es la mala voluntad. El criterio de opresión es el papel que yo creo que representan otros hombres en la frustración de mis deseos, lo hagan directa o indirectamente y con intención o sin intención de hacerlo. Ser libre en este sentido quiere decir para mí que de esta ausencia de interposición, más amplia es mi libertad.

La Idea De Libertad Positiva
El sentido positivo de la palabra libertad se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio dueño. Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean. Quiero ser el instrumento de mí mismo y no de los actos de voluntad de otros hombres. Quiero ser sujeto y no objeto, ser movido por razones y por propósitos conscientes que son míos, y no por causas que me afectan,'. por decirlo así, desde fuera. Quiero ser alguien, no nadie; quiero actuar, decidir, no que decidan por mí dirigirme a mí mismo y no ser movido por la naturaleza exterior, o por otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de representar un papel humano; es decir, concebir fines y medios propios y realizarlos. Esto es, por lo menos, parte de lo que quiero decir cuando digo que soy racional y que ni¡ razón es lo que me distingue como ser humano del resto del mundo. Sobre todo, quiero ser consciente de mí mismo como ser activo que piensa y que quiere, que tiene responsabilidad por sus, propias decisiones, que es capaz de explicarlas en función de sus propias ideas y propósitos. Yo me siento libre en la medida en que creo que esto es verdad y me siento esclavizado, en la medida en que me hacen darme cuenta de que no lo es.
La libertad que consiste en ser dueño de sí mismo y la libertad que consiste en que otros hombres no me impidan decidir como quiera, pueden parecer a primera vista conceptos que lógicamente no distan mucho uno del otro y que no son más que las formas negativa y positiva de decir la misma cosa. Sin embargo, las ideas positiva y negativa de libertad se desarrollaron históricamente en direcciones divergentes, no siempre por pasos lógicamente aceptables, hasta que al final entraron en conflicto directo la una con la otra.
Una manera de aclarar esto es hacer referencia al carácter de independencia que adquirió la metáfora del ser dueño de uno mismo, que en sus comienzos fue, quizá, inofensiva. Yo soy mi propio dueño; no soy esclavo de ningún hombre; pero ¿no pudiera ser (como tienden a decir los platónicos o los hegelianos) que fuese esclavo de la Naturaleza, o de mis propias desenfrenadas pasiones? ¿No son éstas especies del mismo género esclavo,. Unas políticas o legales y otras morales o espirituales? ¿No han tenido los hombres la experiencia de liberarse de la esclavitud del espíritu o de la Naturaleza y no se dan cuenta en el transcurso de esta liberación de un yo que les domina, por una parte, y por otra, de algo de ellos que desaparece? Este yo dominador se identifica entonces de diversas maneras con la razón, con mi naturaleza superior, con el yo que calcula y se dirige a lo que satisfará a largo plazo, con mi yo verdadero, ideal o autónomo, o con mi yo mejor, que se contrapone por tanto al impulso raciona a los deseos no controlados, a mi naturaleza inferior, a la consecución de los placeres inmediatos, a mi yo empírico o heterónomo, arrastrado por todos los arrebatos de los deseos y las pasiones que tiene que ser castigado rígidamente si alguna vez surge en toda su Verdadera naturaleza. Posteriormente estos dos pueden estar -representados como separados por una distancia aún mayor: puede concebirse al verdadero yo como algo que es más que el individuo (tal como-se entiende este término normalmente), como un todo social del que el individuo es un elemento o aspecto: una tribu, una raza una iglesia, un estado, o la gran sociedad de los vivos, de los muertos y de los que todavía no han nacido. Esta entidad se identifica entonces como el verdadero yo, que imponiendo su única voluntad colectiva u orgánica A sus recalcitrantes miembros, logra la suya propia y por tanto una libertad superior para estos miembros. Frecuentemente se han señalado los peligros que lleva consigo usar metáforas orgánicas para justificar la coacción ejercida por algunos hombres sobre otros con el fin de elevarlos a un nivel superior de libertad. Pero lo que le da la plausibilidad que tiene a cable, coaccionar a los hombres en nombre de algún fin (digamos que la justicia o la salud públicas) que ellos mismos perseguirían, si fueran más cultos, pero que no persiguen porque son ciegos, ignorantes o están corrompidos. Esto facilita que yo conciba coaccionar a otros por su propio bien, por su propio interés, y no por el mío. Entonces pretendo que yo sé lo que ellos verdaderamente necesitan mejor que lo sepan ellos mismos. Cuando más, lo que esto lleva consigo es que ellos no se me opondrían si fueran racionales, tan sabios como yo, y comprendiesen sus propios intereses como yo los comprendo. Pero puedo pretender aun mucho más que esto. Puedo decir que en realidad tienden a lo que conscientemente se oponen en su estado de ignorancia porque existe en ellos una entidad oculta -su voluntad racional latente, o su fin verdadero-, que esta entidad, aunque falsamente representada por lo que manifiestamente sienten, hacen y dicen, es su verdadero yo, del que el pobre yo empírico que está en el espacio y en el tiempo puede que no sepa nada o que sepa muy poco, y que este espíritu interior es el único yo que merece que se tengan en cuenta sus deseos 11. En el momento en que adopto esta manera de pensar, ya puedo ignorar los deseos reales de los hombres y de las sociedades, intimidarlos, oprimirles y torturarlos en nombre y en virtud de sus verdaderos los, con la conciencia cierta de que cualquiera que sea el verdadero fin del hombre (la felicidad, el ejercicio del deber, la sabiduría, una sociedad justa, la autorrealización) dicho fin tiene que identificarse con su libertad, la libre decisión de su verdadero yo, aunque frecuentemente esté oculto y desarticulado.

Otro punto de vista
Isaiah Berlin define la libertad desde dos perspectivas, el de la libertad negativa y el de la libertad positiva. La libertad negativa se refiere al campo dentro del cual el hombre puede actuar sin obstrucciones de otros; a partir de esta concepción se deja de ser libre cuando un tercero nos impide realizar cualquier actividad en aras de alcanzar una meta. El punto central es la intromisión de otros hombres que le impidan actuar en la forma que desea; en consecuencia se es libre en cuanto no existan estas interferencias y obstáculos.
Esta noción de libertad implica serios problemas a la hora de vivir en sociedad con otros hombres. Ante la imposibilidad de que los propósitos y actividades de los hombres armonicen entre sí, es necesario establecer una serie de normas comunes que limiten la libertad del hombre sin llegar al grado de impedirle todo, ya que se corre el riesgo de inhibir su desarrollo. El problema era determinar entre los aspectos que deberían ser regulados y los que no; trazar una frontera entre el ámbito de la vida privada y el de la autoridad pública.
Berlín señala tres elementos característicos de este tipo de libertad:
1. no esta disociada con la imposición de dogmas o de una disciplina férrea .Ambos elementos, libertad y autoritarismo, pueden coexistir.2. la idea es manejada sólo a partir del Renacimiento; civilizaciones antiguas desconocen este concepto3. La libertad negativa puede coexistir con la autocracia y no implica necesariamente la existencia de regímenes democráticos o de autogobierno.
Por otro lado la libertad positiva deriva del deseo del individuo para ser su propio amo, que implica la capacidad de cada uno para determinar el curso de su vida y de sus actos de manera autónoma.
La acción del hombre no debe determinarse por las bajas pasiones de cada individuo, pasiones que lo esclavizan y limitan su libertad. Por el contrario, los actos humanos deben determinarse a partir de la razón, de la naturaleza superior que hay en cada hombre. Se anteponen dos yo, uno racional y otro pasional, para ser verdaderamente libres debemos guiarnos por la razón.
Esta idea, advierte Berlín, es sumamente peligrosa sirve de fundamento para la imposición de unos, reconocidos o auto nombrados como racionales, sobre la masa amorfa que se deja guiar por sus pasiones; se les imponen en aras de que hagan lo mejor posible para ellos mismos: "si ese es mi bien no estaré siendo forzado, por que lo he deseado, sépalo o no, y soy libre aunque mi pobre cuerpo mortal y mi mente estúpida lo rechazan airadamente, y aunque luche con la mayor desesperación contra quienes, a pesar de todo, trabajan benignamente de imponerlo".
Esta concepción de la libertad da cabida al ascenso de regímenes totalitarios en los cuales la misma libertad estaría en peligro.

La libertad en la Edad Antigua

La libertad, después de la religión, ha sido el motivo de buenas acciones y del pretexto vulgar para cometer crímenes, desde la siembra de su semilla en Atenas, hace 2.460 años, hasta la cosecha del fruto maduro realizada por hombres de nuestra raza. La libertad es el fruto delicado de una civilización madura; y ha transcurrido escasamente un siglo desde que naciones, que conocían el significado del término, resolvieron ser libres. En cada época su progreso ha sido acosado por sus enemigos naturales, por la ignorancia y la superstición, por la codicia de conquista y el amor por lo fácil, por las ansias del fuerte por obtener poder, y por las ansias de comida del pobre. Durante largos intervalos fue completamente detenida, cuando las naciones estaban siendo rescatadas de la barbarie y del poder de extranjeros, y cuando la eterna lucha por la existencia, que priva a los hombres de todo interés y comprensión de la política, los ha hecho desear vender sus derechos de primogenitura por un plato de lentejas, ignorantes del tesoro al que renunciaban. En cualquier época han sido pocos los amigos sinceros de la libertad, y sus triunfos se han debido a minorías, que han prevalecido por su asociación con otros, cuyos objetivos a menudo eran distintos a los propios; y esta asociación, que siempre es peligrosa, a veces ha sido desastrosa, al darle a los adversarios bases justas sobre las que oponerse, y por disputarse inocentemente el botín a la hora del éxito. Ningún obstáculo ha sido tan constante o tan difícil de superar como la incertidumbre y la confusión referidos a la naturaleza de la verdadera libertad. Si los intereses hostiles han causado mucho daño, las falsas ideas lo han hecho aún más; y su progreso está documentado en el aumento de conocimiento tanto como en el mejoramiento de las leyes. La historia de las instituciones es a menudo la historia de decepciones e ilusiones; porque su virtud depende de las ideas que las produjeron y del espíritu que las resguarda; y la forma puede permanecer inalterada cuando la sustancia ya ha muerto.

Algunos ejemplos familiares tomados de la política moderna explicarán por qué el peso de mi argumento estará fuera del ámbito de la legislación. Se dice a menudo que nuestra constitución alcanzó su perfección formal en 1679, cuando se aprobó el Habeas Corpus Act. A pesar de eso Carlos II consiguió, sólo dos años después, independizarse del Parlamento. En 1789, mientras las Asambleas Generales se reunían en Versalles, las Cortes Españolas, más antiguas que la Carta Magna y más venerables que nuestra Cámara de los Comunes, fueron citadas después de un intervalo de muchos años; pero inmediatamente rogaron al rey que se abstuviera de consultarlas, y que hiciera las reformas según su propio juicio y autoridad. De acuerdo a la opinión común, las elecciones indirectas son un triunfo seguro para el conservadorismo. Pero las Asambleas de la Revolución Francesa surgieron de la elección indirecta. El sufragio restringido es otro método que se supone seguro para el triunfo la monarquía. Pero el parlamento de Carlos X, que fue restituido por 90.000 electores, luchó y derrocó al monarca; mientras que el parlamento de Luis Felipe, elegido por 250.000 electores, obsecuentemente promovieron la política reaccionaria de sus ministros, y en la división fatal, que rechazando la reforma, dejó a la monarquía en la miseria, se obtuvo la mayoría de Guizot mediante el voto de 129 funcionarios públicos. Una legislatura ad honorem es, por razones obvias, más independiente que la mayoría de las legislaturas del continente que son remuneradas. Pero sería irrazonable en los Estados Unidos enviar a funcionarios tan lejos como desde aquí a Constantinopla, a vivir durante doce meses de su propio pecunio en las capitales más queridas. Legalmente y en apariencias, el Presidente de los Estados Unidos es el sucesor de Washington, y sigue disfrutando de poderes concebidos y limitados por la Convención de Filadelfia. En realidad, el nuevo Presidente difiere tanto del imaginado por los Padres de la República como la Monarquía difiere de la Democracia, ya que se espera que haga 70.000 cambios entre los empleado públicos: hace cincuenta años John Quincy Adams sólo despidió a dos hombres. La compra de cargos jurídicos es evidentemente indefendible; sin embargo en la vieja monarquía francesa esta práctica monstruosa creó la única corporación capaz de resistir al rey. La corrupción oficial, que arruinaría un estado, sirve en Rusia como un alivio saludable contra la presión del absolutismo. Existen condiciones en las que es apenas una hipérbole decir que la esclavitud, en sí misma, es un paso en el camino a la libertad. Por lo tanto esta noche no nos preocupa tanto la letra muerta de edictos y estatutos como los pensamientos vivos del hombre. Hace un siglo era algo perfectamente conocido que quienquiera que tuviera una audiencia de un juez de paz (Master in Chancery) debía pagar por tres audiencias, pero a nadie llamó la atención esta enormidad hasta que este hecho sugirió a un joven abogado que podría ser bueno cuestionar y examinar rigurosamente cada parte del sistema en el que ocurrían este tipo de cosas. El día en el que esta idea iluminó el preclaro intelecto de Jeremy Bentham es memorable en el calendario político incluso más que todo el gobierno de muchos estadistas. Sería fácil señalar un párrafo de San Agustín, o una sentencia de Grotio cuya influencia sea mayor que las acciones de cincuenta parlamentos; y nuestra causa le debe más a Cicerón y a Séneca, a Vinet y a Tocqueville que a las leyes de Licurgo o a los Cinco Códigos de Francia.
Al decir libertad quiero expresar la seguridad de que todo hombre será protegido al hacer lo que cree que es su deber, contra la influencia de la autoridad o las mayorías, costumbres y opiniones. El estado es competente para asignar obligaciones y trazar la línea de separación entre el bien y el mal sólo en su ámbito inmediato. Más allá de los límites de las cosas necesarias para su bienestar, solamente puede otorgar ayuda indirecta para pelear la batalla de la vida, promoviendo aquellas influencias que son útiles contra la tentación: la religión, la educación y la distribución de la riqueza. En la antigüedad, el estado hacía uso de autoridad que no le era propia, e invadía el ámbito de la libertad personal. En la Edad Media tenía muy poca autoridad y sufría de la intromisión de otros. Los estados modernos caen habitualmente en ambos excesos. La prueba más precisa por la que podemos juzgar si un país es realmente libre es la mayor o menor seguridad que tienen las minorías. La libertad es, de acuerdo a esta definición, la condición esencial y la guardiana de la religión; y es de la historia del Pueblo Elegido, por lo tanto, de donde puedo extraer los primeros ejemplos de lo que estoy afirmando. El Gobierno de los israelitas era una Federación que se mantenía unida no por una autoridad política, sino por la unidad de la raza y la fe, y fundada no por la fuerza física, sino por una alianza voluntaria. El principio de auto-gobierno era respetado no sólo en cada tribu sino también en cada grupo de por lo menos 120 familias. Allí no había ningún privilegio otorgado por el rango ni tampoco una inequidad ante la ley. La monarquía era tan ajena al espíritu primitivo de la comunidad que fue resistido por Samuel en aquella memorable declaración y advertencia que ha sido confirmada incesantemente por todos los reinos de Asia y muchos de Europa. El trono fue erigido sobre la base de un acuerdo; y el rey fue privado del derecho a legislar en un pueblo que no reconocía otro legislador más que a Dios, en un pueblo cuyo fin político principal era restaurar la pureza original de su estructura, y construir su gobierno conforme al tipo ideal que fuera consagrado por sanciones celestiales. Los hombres inspirados que surgieron en una sucesión interminable para profetizar contra el usurpador y el tirano, proclamaron constantemente que las leyes, que eran divinas, eran primordiales sobre gobernantes pecadores, e hicieron un llamamiento desde las autoridades establecidas, los reyes, los sacerdotes, y los príncipes del pueblo, a las fuerzas capaces de solucionar el problema que dormían en la conciencia incorrupta de las masas. Así, el ejemplo de la nación hebrea, sentó las bases sobre las que toda libertad debe ser ganada -la doctrina de la tradición nacional, la doctrina de la ley superior; el principio de que una constitución crece desde una raíz, por un proceso de desarrollo y no de un cambio esencial; y el principio de que todas las autoridades políticas deben ser probadas y reformadas de acuerdo a un código que no es hecho por el hombre. El funcionamiento de estos dos principios, al unísono o en antagonismo, ocupa todo el lugar por el que transitaremos juntos.

El conflicto entre la Libertad bajo la autoridad divina y el absolutismo de las autoridades humanas finalizó desastrosamente. En el año 622 se hizo un esfuerzo supremo en Jerusalén para reformar y preservar el Estado. El Sumo Sacerdote sacó del templo de Jehová el Libro de la abandonada y olvidada Ley, y todos, el rey y el pueblo, se comprometieron mediante un juramento solemne a cumplirla. Pero este primer antiguo ejemplo de Monarquía limitada y de la supremacía de la ley no duró mucho ni tampoco se extendió; y debemos buscar en otro lado las fuerzas por las que la libertad ha triunfado. En el año 586, en el que la inundación del despotismo asiático se cerraba sobre la ciudad que había sido el santuario de la libertad en el Oriente y estaba destinada a serlo otra vez, un nuevo hogar para la libertad se preparaba en Occidente, donde resguardada por el mar y las montañas, y por corazones valientes, se alzó esa planta majestuosa bajo cuya sombra vivimos, y que ha extendido sus brazos invencibles tan lentamente, pero a la vez tan seguramente, sobre el mundo civilizado.

De acuerdo al famoso dicho de la más famosa autora del continente, la Libertad es antigua; y es el Despotismo quien es nuevo. Ha sido el orgullo de historiadores recientes revindicar la verdad de esa máxima. La heroica época de los griegos lo confirma, y es más llamativamente verdad en la Europa Teutona. Dondequiera que podamos rastrear la primera infancia de las naciones arias descubrimos semillas, que las circunstancias favorables y una cultura diligente podrían haber desarrollado en sociedades libres. Ellas exhiben algún sentido de interés común en preocupaciones comunes, poca reverencia a la autoridad externa, y un sentido imperfecto de la función y supremacía del estado. Donde la división de la propiedad y el trabajo es incompleta, hay una pequeña división de clases y de poder. Hasta que las sociedades no son probadas por los problemas complejos de la civilización pueden escapar del despotismo, igual que las sociedades que no están perturbadas por la diversidad religiosa pueden evitan la persecución. En general, las formas de la era patriarcal fracasaron en resistir el crecimiento de estados absolutos cuando comenzaron las dificultades y las tentaciones de la forma de vida que progresaba; y con una excepción, que no es mi intención desarrollar hoy, apenas si es posible rastrearlas en las instituciones de época recientes. El absolutismo tenía un dominio sin límites seiscientos años antes del nacimiento de Cristo. A lo largo de todo el Oriente era apoyado por las poderosas influencias de sacerdotes y ejércitos. En Occidente, donde no había libros sagrados que requirieran intérpretes entrenados, los sacerdotes no tenían preponderancia y, cuando los reyes eran derrocados, el poder pasaba a manos de las aristocracias familiares. Lo que siguió durante muchas generaciones fue la cruel dominación de unas clases sociales por otras clases sociales, la opresión de los ricos sobre los pobres y de los sabios sobre los ignorantes. El espíritu de ese dominio se expresa apasionadamente en los versos del poeta aristócrata Teognis, un hombre de genio y refinamiento, quien confiesa que desea beber la sangre de sus adversarios políticos. La gente de muchas ciudades buscó liberarse de estos opresores por medio de usurpadores revolucionarios, cuyas tiranías eran menos intolerables. Esta solución otorgó al mal una forma nueva y nuevas energías. A menudo los tiranos eran hombres de un mérito y una capacidad sorprendentes, como algunos de los que se auto constituyeron Señores de ciudades italianas en el siglo XIV. Pero en ningún lugar existían derechos asegurados por leyes equitativas y poderes compartidos.

La mejor dotada de las naciones rescató al mundo de esta degradación universal. Atenas, que como otras ciudades se encontraba trastornada y oprimida por una clase social privilegiada, evitó la violencia y encargó a Solón la revisión de sus leyes. Es la elección más acertada que la historia ha documentado. Solón no era solamente el hombre más sabio que podía encontrarse en Atenas, sino también el genio político más profundo de la antigüedad. Y la revolución pacífica, fácil y sin derramamiento de sangre con que logró la libertad de su país fue el primer paso en una carrera que nuestro tiempo se gloría en continuar, e instituyó un poder que ha trabajado más que nadie -excepto la religión de la revelación- por la regeneración de la sociedad. La clase más alta había tenido el poder de hacer y administrar la ley, y no lo dejó de lado. Sólo transfirió a la riqueza lo que había sido un privilegio de nacimiento. A los ricos, que tenían la posibilidad de soportar la carga del servicio público en lo referido a los impuestos y la guerra, Solón entregó una parte del poder, proporcional a los requerimientos sobre sus bienes. Las clases más pobres estaban exceptuadas de impuestos, pero también impedidas de acceder a cargos públicos. Solón les dio voz en la elección de magistrados de la clases superiores, y el derecho de pedirles rendición de cuentas. Esta concesión, aparentemente tan insignificante, fue el comienzo de un cambio profundo. Introdujo la idea de que el hombre tiene derecho a voz en la elección de aquellos, a cuya rectitud y sabiduría, está obligado a confiar su fortuna, su familia y su vida. Y esta idea invirtió completamente la noción de la autoridad humana, porque inauguró el reino de la influencia moral en una época y un lugar donde todo el poder político había dependido de la fuerza física. El gobierno elegido por consenso sustituyó al gobierno compulsivo, y la pirámide que se apoyaba en un punto, se asentó sobre su base. Solón admitió el elemento de la democracia en el Estado al hacer a cada ciudadano guardián de sus propios intereses. Él dijo que la mayor gloria de un gobernante es crear un gobierno popular. Como creía que no se puede confiar en nadie completamente, sometió a los que tenían poder de gobernar al control de aquellos para quienes gobernaban.

La concentración de poderes era el único recurso conocido hasta entonces contra los desórdenes políticos. Solón consiguió el mismo efecto con la distribución de poderes. Le dio a la gente común tanta influencia como creyó que podían emplear. Así el Estado estaría exento de un gobierno arbitrario. Dijo que la esencia de la Democracia es no obedecer a nadie más que a la ley. Solón reconoció el principio según el cual las formas políticas no son definitiva o invariables, y se deben adaptar a los hechos. Y diseñó tan bien la revisión de su constitución, sin solución de continuidad o pérdida de estabilidad, que durante siglos después de su muerte, los oradores del Ático le atribuyeron a él toda la estructura de la ley ateniense. La dirección que tomó su desarrollo estaba determinada por la doctrina fundamental de Solón que sostenía que el poder político debe ser proporcionado al servicio público. En la Guerra Pérsica los servicios de la democracia eclipsaron a los de las órdenes patricias, ya que la flota que barrió a los asiáticos del Mar Egeo estaba tripulada por los atenienses más pobres. Esa clase, cuyo valor había salvado al estado, y había preservado la civilización europea, había ganado el derecho de aumentar su influencia y sus privilegios. Los cargos de estado, que habían sido un monopolio de los ricos se entregaron abiertamente a los pobres, y para asegurarse que todos obtuvieran su parte, todos, excepto los más altos rangos, se entregaban en conjunto.

Mientras las viejas autoridades decaían, no había ningún parámetro moral o derecho político para construir rápidamente el marco de la sociedad en medio de los cambios. La inestabilidad que se había apoderado de las formas, amenazó los principios del gobierno. Las creencias de la nación estaban dando paso a la duda, y la duda no daba lugar aún al conocimiento. Había habido una época en que las obligaciones de la vida pública y privada se identificaba con la voluntad de los dioses. Pero esos tiempos habían pasado. Palas Atenea, la diosa etérea de los atenienses, y el dios Sol, cuyos oráculos se entregaban el templo entre las cimas gemelas del Monte Parnaso, hicieron mucho en favor de la nacionalidad griega, ayudando a mantener un noble ideal de religión; pero cuando hombres iluminados de Grecia aprendieron a aplicar su aguda facultad de razonar al sistema de creencias que habían heredado, rápidamente tomaron conciencia que el concepto de los dioses corrompía la vida y degradaba las mentes del pueblo. La moralidad popular no podía apoyarse en la religión popular. Las instrucciones morales que ya no eran proporcionadas por los dioses, todavía no se podía encontrar en libros. No existía ningún código venerable que pudiera ser expuesto por expertos. No existía ninguna doctrina proclamada por hombres de reconocida santidad como aquellos maestros del Lejano Oriente, cuyas palabras siguen guiando la fe de casi la mitad de la humanidad. El esfuerzo por explicar cosas mediante la observación detallada y un razonamiento exacto comenzó destruyendo. Llegó la época en que los filósofos del Pórtico y de la Academia forjaron un sistema tan consistente y profundo con los dictados de la razón y la virtud que ha ahorrado mucho la tarea de los clérigos cristianos. Pero esa época aún no ha llegado.

La época de duda y transición durante la cual los griegos pasaron de los oscuros caprichos de la mitología a la intensa luz de la ciencia, fue la época de Pericles. Y el esfuerzo por sustituir ciertas verdades por las prescripciones de las autoridades debilitadas, que comenzaba entonces a absorber las energías del intelecto griego, es el mayor movimiento en los anales profanos de la humanidad, ya que le debemos, después del inconmensurable progreso obtenido por la cristiandad, mucho de nuestra filosofía y la mejor parte de todo el conocimiento político que poseemos. Pericles, que estaba a la cabeza del gobierno ateniense, fue el primer estadista que enfrentó el problema que ocasionó en el mundo político el rápido debilitamiento de las tradiciones. Todas las autoridades en el campo de la moral y de la política fueron sacudidas por el movimiento que se sentía en el ambiente. No se podía confiar plenamente en ninguna guía; no había ningún criterio disponible al que apelar, debido a los medios de controlar y denegar condenas que prevalecía entre la gente. El sentimiento popular acerca de lo que estaba bien podría estar equivocado, pero no estaba sujeto a prueba. A los fines prácticos, el pueblo era la sede del conocimiento del bien y el mal. El pueblo era, entonces, la sede del poder.

La filosofía política de Pericles se desprende de esta conclusión. Suprimió resueltamente todos los sostenes que aún apoyaban una preponderancia artificial de la riqueza. Pericles introdujo a la antigua doctrina que sostenía que el poder se acompañaba de la posesión de tierras, la idea de que el poder debe estar tan equitativamente distribuido que pueda ofrecer igual grado de seguridad para todos. Declaró que era tiránico que una parte de la comunidad la gobernara completamente o que una clase social dictara las leyes para otra. La abolición de privilegios hubiera servido sólo para transferir la supremacía de los ricos a los pobres, si Pericles no hubiera corregido el equilibrio restringiendo los derechos de ciudadanía sólo a los atenienses nativos. Debido a esta medida la clase que formó lo que deberíamos llamar el tercer estado constaba de 14.000 ciudadanos, y era igual en número que los que ostentaban el rango más elevado. Pericles sostuvo que cualquier ateniense que rechazara tomar parte en los asuntos públicos causaba una herida a la nación. Que nadie podía ser excluido debido a su pobreza, por lo que el servicio público de los pobres se pagaba de las arcas del estado, ya que su administración del tributo federal había reunido un tesoro de más de dos millones de libras esterlinas. El instrumento de su dominio era el arte de la oratoria. Él gobernó mediante la persuasión. Todo se decidió por discusión en deliberaciones abiertas, y toda influencia se inclinó ante la ascendencia de su juicio. La idea de que la finalidad de las constituciones es evitar -no asegurar- el privilegio de cualquier interés, es preservar equitativamente la independencia del trabajo y la seguridad de la propiedad, es cuidar al rico contra la envidia, y al pobre contra la opresión, indica el más alto nivel alcanzado por el estadista más grande de Grecia. El gran patriota que le dio origen casi no sobrevivió, y toda la historia ha sido ocupada por el intento de alterar el equilibrio de poderes dándole la ventaja al dinero, la tierra o la cantidad. Le siguió una generación que nunca ha sido igualada en talento, una generación de hombres cuyas obras en poesía y elocuencia siguen siendo la envidia del mundo, y que aún no han sido superadas en historia, filosofía y política. Pero no produjo ningún sucesor de Pericles, y ningún hombre fue capaz de empuñar el cetro que cayó de su mano.

Se dio un paso de vital importancia en el progreso de las naciones cuando la constitución ateniense adoptó el principio de que cualquier interés debe tener el derecho y los medios para hacerse valer. Pero no había reparación para aquellos que fueron vencidos por los votos. La ley no controlaba el triunfo de la mayorías, o rescataba las minorías de los graves castigos por haber sido superados en número. Cuando concluyó la irresistible influencia de Pericles, el conflicto entre las clases rugió sin límite, y la matanza de los más altos rangos en la Guerra del Peloponeso, dio a los de más bajo rango un predominio irresistible. El espíritu incansable e inquisitivo de los atenienses estaba preparado para desplegar la causa de cada institución y las consecuencias de cada principio, y su constitución siguió su curso desde la niñez a la decrepitud, con una velocidad sin igual.

La vida de dos hombres abarca el intervalo desde la primera admisión de la influencia popular durante la época de Solón, hasta la caída del estado. Su historia nos proporciona el ejemplo clásico del peligro de la democracia bajo unas circunstancias singularmente favorables. Porque los atenienses no eran solamente valientes y patrióticos, capaces de sacrificios generosos, sino que también eran los hombres más religiosos entre los griegos. Veneraban la constitución que les había traído prosperidad e igualdad y el orgullo de la libertad, y jamás cuestionaron las leyes fundamentales que regulaban el poder inmenso de la Asamblea. Ellos toleraban una considerable variedad de opiniones, y su humanidad en el trato con sus esclavos causó la indignación aún de los más inteligentes partidarios de la aristocracia. Se convirtieron así en el único pueblo de la antigüedad que se engrandeció a través de las instituciones democráticas. Pero la posesión de poderes ilimitados, que corroe la conciencia, endurece el corazón y confunde el entendimiento de los monarcas, ejercitó su influencia desmoralizadora sobre la ilustre democracia de Atenas. Es malo ser oprimido por una minoría, pero es peor ser oprimido por una mayoría. Porque hay una reserva de poder latente en las masas que, cuando se pone en juego, las minorías casi no pueden resistir. Pero no existe apelación, redención o refugio de la voluntad absoluta de un pueblo, sino la traición. La clase más modesta y numerosa de los atenienses unió los poderes legislativo y judicial, y en parte, el ejecutivo. La filosofía preponderante en ese momento, les enseñó que no existe ley superior a la del estado, y que, en el estado, el que otorga la ley está por encima de la ley.

De allí se concluyó que el pueblo soberano tenía el derecho de hacer todo lo que estuviera en su poder, y no estaba atado a ninguna regla del bien y el mal, sino a su propio juicio de conveniencia. En una ocasión memorable los atenienses, reunidos en asamblea, declararon que eso era monstruoso y que debían evitar hacer cualquier cosa que se les ocurriera. No existía ningún poder que pudiera dominarlos, y resolvieron que ninguna obligación debía contenerlos, y que no estarían sometidos por ninguna ley que ellos mismos no hubieran hecho. De este modo el pueblo emancipado de Atenas se convirtió en tirano, y su gobierno, el pionero de la Libertad europea, permanece condenado con terrible unanimidad, por los más sabios de la Antigüedad.

Arruinaron su ciudad cuando intentaron conducir la guerra a través del debate en la plaza del mercado. Igual que la República francesa, condenaron a muerte a los comandantes que no habían tenido éxito. Trataron sus dependencias de ultramar con tanta injusticia que perdieron su imperio marítimo. Saquearon al rico hasta que el rico conspiró junto con el enemigo público, y coronaron su culpa con el martirio de Sócrates.

Cuando el dominio de los números había durado un cuarto de siglo, lo único que le quedaba al estado por perder era su existencia. Y los atenienses, cansados y descorazonados, confesaron la causa verdadera de su ruina. Comprendieron que para la libertad, la justicia y las leyes equitativas, eran tan necesario que la democracia se auto dominara -como lo había hecho- como que dominara a la oligarquía. Resolvieron retomar una vez más el mismo camino que en la antigüedad, y restaurar el orden de cosas que había subsistido cuando el monopolio del poder le había sido quitado a los ricos y no había sido ganado por los pobres. Después de que había fallado una primera restauración, que es sólo memorable porque Tucídides -cuyo juicio político nunca es errado- lo declaró el mejor gobierno que Atenas había disfrutado, se renovó el intento con más experiencia y mayor singularidad de propósitos. Los partidos hostiles se reconciliaron, y se proclamó una amnistía, la primera en la historia. Resolvieron gobernar por coincidencia. Las leyes que habían sido sancionadas por la tradición fueron reducidas a un código, y ningún acto de la asamblea soberana sobre el que podían no estar de acuerdo era válido. Se trazó una gran distinción entre los renglones sagrados de la constitución, y los decretos que, de tiempo en tiempo, cumplían con las necesidades diarias; y el tramado de leyes que había sido el resultado del trabajo de generaciones fue transformado en independiente de las variaciones momentáneas de la voluntad popular. El arrepentimiento de los atenienses se dio demasiado tarde como para salvar la República. Pero la lección de su experiencia perdura para todas las épocas, porque enseña que el gobierno ejercido por todo el pueblo, por ser el gobierno de la clase más numerosa y poderosa, es un mal de la misma naturaleza que la monarquía pura y necesita, casi por las mismas razones, instituciones que la protejan de sí misma, y respeten y defiendan el reinado de la ley contra la arbitraria revolución de opiniones.

Paralelamente con el surgimiento y la caída de la libertad ateniense, Roma ha estado ocupada en la solución de los mismos problemas, con un mayor sentido constructivo y un mayor éxito temporarios, pero terminando en una catástrofe aún más terrible. El hecho de que entre los ingeniosos atenienses haya habido un desarrollo que se llevó a cabo a través de la discusión de buenos argumentos, produjo un conflicto entre fuerzas rivales en Roma. La política especulativa no era atractiva para el genio adusto y práctico de los romanos. Ellos no consideraban cuál hubiera sido el mejor modo de salvar una dificultad, sino que consideraban cuál era el modo indicado de acuerdo a casos similares; y le asignaban menos influencia al impulso y al espíritu del momento que a los ejemplos precedentes. Su carácter particular los movió a atribuir el origen de sus leyes a los tiempos antiguos, y en su deseo de justificar la continuidad de sus instituciones y de deshacerse de los reproches a la innovación, imaginaron la legendaria historia de los Reyes de Roma. La energía de su adherencia a las tradiciones hizo que su progreso fuera lento, ellos avanzaban sólo bajo la presión de necesidades prácticamente inevitables, y los mismos problemas surgieron una y otra vez, a menudo sin que fueran solucionados. La historia constitucional de la República gira en torno al esfuerzo de la aristocracia - quienes aseguraban ser los únicos auténticamente romanos- por retener en sus manos el poder que habían arrancado a los Reyes, y la plebe por obtener una participación equitativa. Y esta controversia, que los entusiastas e incansables atenienses superaron en una generación, duró más de dos siglos, desde la época en que la plebe estaba excluida del gobierno de la ciudad y se les aplicaban impuestos y se les obligaba a trabajar sin pago, hasta que se les reconoció igualdad política en el año 285. Luego siguieron 150 años de prosperidad y gloria inigualadas, y después surgió del problema original que había sido sólo teóricamente resuelto, una nueva lucha sin desenlace.

La masa de familias más pobres, empobrecidas por el incesante servicio en la guerra, fueron reducidas a la dependencia de la aristocracia de alrededor de 2.000 hombres ricos, que se dividieron entre ellos los inmensos dominios del Estado. Cuando la necesidad se hizo intensa el Graco intentó aliviarla induciendo a las clases más ricas a asignar cierta participación de las tierras públicas a la gente común. La vieja y famosa aristocracia de nacimiento y de rango había llevado a cabo una tenaz resistencia, pero conocía el arte de ceder. La siguiente aristocracia, más egoísta, no fue capaz de aprender este arte. El carácter de la gente fue cambiado por motivos de disputa más severos. La lucha por el poder político se había desarrollado con moderación, una cualidad muy honorable en la contienda política en Inglaterra. Pero la lucha por objetos de existencia material creció hasta ser tan feroz como las controversias civiles en Francia. Rechazada por los ricos después de una lucha de 22 años, la gente del pueblo -320.000 de las cuales dependían de las raciones públicas de comida- estaba preparada para seguir a cualquier hombre que les prometiera obtener por una revolución lo que no podían conseguir por la ley.

Durante un tiempo el Senado, que representaba el antiguo y amenazado orden de cosas, fue suficientemente fuerte como para vencer a cualquier líder popular que surgiera; hasta que Julio César, apoyado por un ejército a quien había guiado en una carrera de conquistas sin precedentes y por las masas famélicas que había ganado mediante una fastuosa liberalidad, y con una habilidad en el arte imperial de gobernar superior a la de cualquier otro hombre, convirtió la República en una Monarquía por medio de una serie de medidas que no fueron ni violentas ni injuriosas.

El Imperio conservó las formas republicanas hasta el reinado de Dioclesiano; pero la voluntad de los emperadores era tan incontrolada como había sido la del pueblo después de la victoria de los Tribunos. Su poder era arbitrario, incluso cuando estaba más inteligentemente empleado; y aún así el Imperio Romano prestó un servicio más grande a la causa de la libertad que la República Romana. No lo digo por los accidentes temporales, ya que hubo emperadores que hicieron un uso adecuado de sus inmensas oportunidades, como Nerva de quien Tácito dijo que había combinado la monarquía y la libertad - cosas de otro modo incompatibles- o que el Imperio fuera la perfección de la democracia como declararon sus defensores. A decir verdad, fue un despotismo mal disfrazado y odioso. Pero Federico El Grande fue un déspota, así y todo fue amigo de la tolerancia y la libre discusión. Los Bonaparte eran déspotas, aún así nunca ningún gobernante liberal fue más aceptable a las masas del pueblo que el primer Napoleón después de que, en 1805, destruyera la República; y que el tercer Napoleón, en 1859, en la cima de su poder. Del mismo modo el Imperio Romano poseyó méritos que, vistos a la distancia -y especialmente a la gran distancia en el tiempo- conciernen más profundamente a todos los hombres, que las trágicas tiranías, que eran sufridas sólo en las vecindades del palacio. Los pobres tenían lo que en vano habían demandado de la República. Los ricos salieron mejor parados que durante el Triunvirato. Los derechos de los ciudadanos romanos se extendieron a las gentes de las provincias. La mejor parte de la literatura romana y de la Ley Civil pertenecen a la época imperial; y fue el Imperio el que mitigó la esclavitud, instituyó la tolerancia religiosa, comenzó la Ley de las Naciones y creó un sistema perfecto de la ley de propiedad. La República derrocada por César había sido cualquier cosa menos un estado libre. Previó seguridades extraordinarias a los derechos de los ciudadanos; trató con un desprecio salvaje los derechos del hombre, y permitió a los romanos libres a infligir atroces injusticias a sus hijos, a sus deudores y dependientes, a sus prisioneros y esclavos. Aquellas profundas ideas de derechos y deberes que no se encuentran en las leyes municipales, pero que eran consideradas por las generosas mentes de los griegos, no fueron tenidas en cuenta, y las filosofías que involucraban estas especulaciones fueron proscriptas en numerosas ocasiones por ser maestras de sedición e impiedad.

Finalmente, en el año 155 el filósofo ateniense Carneades llegó a Roma en misión política. Durante un intervalo en sus asuntos oficiales ofreció dos discursos públicos para darle a los analfabetos conquistadores de su país una prueba de los debates que surgían en las escuelas del Ático. El primer día pronunció su discurso sobre la teoría natural. Al día siguiente negó su existencia argumentando que todas nuestras nociones del bien y del mal derivan del derecho positivo. Desde la época de aquella memorable representación, el genio del pueblo conquistado tuvo subyugado a sus conquistadores. Los hombres públicos más eminentes de Roma, como Escipión y Cicerón, formaron su pensamiento en el modelo griego; y sus juristas se sometieron a la rigurosa disciplina de Zenón y Crisipo.

Si, trazando una límite en el siglo II, cuando la influencia del cristianismo comienza a hacerse perceptible, debiéramos formar nuestro juicio sobre la política de la antigüedad de acuerdo a su legislación actual, nuestra estima sería baja. Las nociones de libertad que prevalecían eran imperfectas, y los esfuerzos por realizarla estaban lejos de lograr su cometido. Los antiguos comprendieron mejor la regulación del poder que la regulación de la libertad. Concentraron tantas prerrogativas en el estado de modo de no dejar pie a que el hombre pudiera negar su jurisdicción o delimitar su actividad. Si se me permite emplear un anacronismo muy expresivo diré que el vicio del estado clásico era que la Iglesia y el Estado eran uno solo. La moralidad estaba confundida con la religión y la política con la moral; y en la religión, moralidad y política había sólo un legislador y una autoridad. El estado, mientras hacía muy poco por la educación, por la ciencia práctica, por los indigentes y necesitados, y por las necesidades espirituales del hombre, reclamaba el uso de todas sus facultades y la determinación de todas sus obligaciones. Los individuos y familias, asociaciones y dependencias, eran tan materiales que el poder soberano los consumía para sus propios propósitos. Lo que el esclavo era en las manos de su dueño, el ciudadano lo era en las manos de la comunidad. Las obligaciones más sagradas desaparecían frente a las necesidades de la comunidad. Los pasajeros existían en beneficio del barco. A través de su desprecio de los intereses privados y del bienestar moral y desarrollo del pueblo, Grecia y Roma destruyeron los elementos vitales sobre los que yace la prosperidad de las naciones, y perecieron debido a la decadencia de las familias y a la despoblación del país. No sobrevivieron en sus instituciones pero sí en sus ideas, y por sus ideas, especialmente en el arte de gobernar, son "Los reyes muertos, pero coronados que siguen gobernando Nuestros espíritus desde sus urnas."

Hasta ellos se pueden rastrear casi todos los errores que están debilitando la sociedad política: comunismo, utilitarismo, la confusión entre tiranía y autoridad, y entre la falta de leyes y la libertad.

A Critias se le debe la noción de que el hombre vivía originariamente en un estado natural, por la violencia y sin leyes. El comunismo en su forma burda fue recomendado por Diógenes de Sínope. De acuerdo a los sofistas no hay deber por encima de la conveniencia, y no hay virtud aparte del placer. Las leyes son una invención de los hombres débiles para robar lo mejor al gozo de sus superiores. Es mejor infligir el mal que sufrir el mal y del mismo modo que no hay mejor beneficio que hacer el mal sin temer el castigo, no hay peor mal que sufrir sin el consuelo de la venganza. La justicia es la máscara de un espíritu cobarde; la injusticia es la sabiduría del mundo: y el deber, la obediencia y el negarse a sí mismo son imposturas de la hipocresía. El estado es absoluto y puede ordenar lo que le plazca; y nadie puede quejarse de que le hace daño; pero mientras pueda escapar a la obligación y al castigo, es libre de desobedecer. La felicidad consiste en obtener el poder y en eludir la necesidad de desobedecer, y aquel que gane el trono por la perfidia y el asesinato, merece ser realmente envidiado.

Epicuro difería muy poco de estos postulados del código del despotismo revolucionario. Dijo que todas las sociedades están fundadas en un contrato para la protección mutua. El bien y el mal son términos convencionales, ya que los rayos del cielo caen igual sobre justos e injustos. La objeción a la maldad no está en el acto sino en las consecuencias del que obra mal. Los hombres sabios no diseñan leyes para atarse a ellas, sino para protegerse; y cuando esas leyes demuestran no ser provechosas cesan en su validez. Los sentimientos prejuiciosos de incluso los más ilustres metafísicos son revelados por el dicho de Aristóteles de que las señales de los peores gobiernos es que dejan libertad a los hombres para que vivan como les plazca.

Si ustedes tienen presente que Sócrates, el mejor de los paganos, no conocía un criterio más elevado para los hombres, una mejor guía de conducta, que las leyes de cada país. Que Platón, cuya doctrina sublime estaba tan cercana a una anticipación de la cristiandad, que célebres teólogos desearon que su trabajo fuera prohibido, no sea que los hombres indiferentes a cualquier dogma más elevado -a aquellos que le fue entregada la visión profética del Hombre Justo acusado, condenado y flagelado y muriendo en una Cruz- se contenten con ellos, a pesar de que había utilizado el intelecto más espléndido que haya sido otorgado al hombre, para defender la abolición de la familia y la exposición de infantes. Que Aristóteles, el más hábil moralista de la antigüedad, no consideró equivocado atacar a los pueblos vecinos para reducirlos a la esclavitud, incluso más, si consideran que, entre los modernos, hombres de genio similar al de aquellos han conducido políticas no menos criminales o absurdas- les será evidente a ustedes qué tenaz es la falange del error que bloquea el camino de la Verdad. Que la Razón pura es tan poco poderosa como las Costumbres para resolver el problema de un gobierno libre; que sólo puede ser el fruto de largas, múltiples y dolorosas experiencias; y que la búsqueda de los métodos por los que la sabiduría divina ha educado las naciones para que aprecien y asuman las obligaciones de la Libertad, no es la menor parte de aquella verdadera filosofía que estudia para "Afirmar la eterna Providencia, Y justificar los caminos de Dios a los hombres."

Pero al hacer evidentes la profundidad de sus errores les daré una idea muy equivocada de su sabiduría si permito que sus preceptos no se vean mejores que sus prácticas. Mientras que los gobernantes, senados y asambleas populares nos dieron ejemplo y descripción de todo tipo de errores garrafales, surgió una noble literatura en la que se guardó el tesoro precioso de la sabiduría política y en la que se exponían los defectos de las instituciones existentes con una implacable sagacidad. El punto en el que la mayoría de los antiguos coincidía es en el derecho del pueblo a gobernar, y en su incapacidad de gobernar solo. Para subsanar esta dificultad, para darle al elemento popular una participación completa, pero sin monopolio de poder, adoptaron muy generalmente la teoría de una constitución mixta. Éstas difieren de nuestra noción de la misma cosa, porque las constituciones modernas han sido un mecanismo para limitar la monarquía. Los griegos las inventaron para dominar o contener la democracia. La idea surgió en época de Platón -a pesar de que él la rechazaba- cuando las primeras monarquía y oligarquías habían desaparecido; y se mantuvo mucho después de que todas las democracias habían sido absorbidas en el Imperio Romano. Pero mientras un príncipe soberano que cede parte de su autoridad da paso al argumento de la fuerza superior; el pueblo soberano que renuncia a sus propias prerrogativas, sucumbe ante la influencia de la Razón. Y en todo tiempo ha probado ser más fácil poner límites mediante el uso de la fuerza que mediante la persuasión.

Los escritores antiguos vieron claramente que cada principio de gobierno aislado, es llevado al exceso y provoca una reacción. La monarquía se transforma en despotismo. La aristocracia se reduce a la oligarquía. La democracia se expande en la supremacía de la cantidad. Imaginaron, por lo tanto, que limitando cada elemento al combinarlo con los otros, evitaría el proceso natural de autodestrucción, y dotarían al estado de una perpetua juventud. Pero esta armonía de la monarquía, aristocracia y democracia mezcladas entre sí, que era el ideal de muchos escritores, y que se suponía exhibidas por Esparta, Cartago y Roma, era una quimera de los filósofos nunca realizada en la Antigüedad. Al final Tácito, más inteligente que el resto, confesó que la constituciones mixta, aunque admirable en teoría, era difícil de establecer e imposible de mantener. Su descorazonadora confesión no ha sido repudiada por experiencias posteriores.

El experimento se ha intentado más a menudo de lo que puedo contar, con una combinación de recursos que eran desconocidos para los antiguos -con cristianismo, gobierno parlamentario, y prensa libre. Aún así no hay ningún ejemplo de esa constitución equilibrada que haya durado un siglo. Si alguna vez triunfó ha sido en nuestro favorecido país y en nuestra época: no sabemos aún por cuanto tiempo la sabiduría de la nación conservará el equilibrio. El control federal era tan familiar a los antiguos como el control constitucional. Ya que el tipo de todas sus repúblicas fue el gobierno de una ciudad por sus propios habitantes que se reunían en el lugar público. Una administración que abarcara muchas ciudades era conocida por ellos sólo en la forma de la opresión que Esparta ejerció sobre Micenas, Atenas sobre sus Confederados y Roma sobre Italia. En tiempos modernos los recursos que le permiten a un gran pueblo gobernarse a sí mismo a través de un centro único no existía entonces. La igualdad sólo puede ser preservada por el federalismo; y ocurrió más a menudo entre ellos que el mundo moderno. Si la distribución del poder entre las distintas partes del estado es la restricción más efectiva sobre la monarquía, la distribución del poder entre varios estados es el mejor control sobre la democracia. Multiplicando los centros de gobierno y discusión, promueve la difusión del conocimiento político y el mantenimiento de la opinión saludable e independiente. Es el protectorado de las minorías y la consagración del autogobierno. Pero a pesar de que debe ser enumerada entre los mayores logros del genio práctico en la antigüedad, surgió de la necesidad, y sus progresos eran investigados imperfectamente en teoría.

Cuando los griegos comenzaron a reflexionar sobre los problemas de la sociedad, primero que nada, aceptaron las cosas como eran e hicieron lo mejor posible para explicarlas y defenderlas. La investigación, que entre nosotros está estimulada por la duda, comenzó entre ellos por el asombro. El más ilustre de los primeros filósofos, Pitágoras, promulgó una teoría para la preservación del poder político en la clase educada, y ennobleció una forma de gobierno que generalmente estaba fundada en la ignorancia popular y en poderosos intereses de clase. Él predicó autoridad y subordinación, y se abocó más a las obligaciones que a los derechos, a la religión que a la política; y su sistema pereció en la revolución en que las oligarquías fueron barridas. La revolución desarrolló después su propia filosofía cuyos excesos ya he descrito.

Pero entre las dos eras, entre las rígidas enseñanzas de los Pitagóricos y las teorías disolutas de Protágoras, surgió un filósofo que se mantuvo distante de ambos extremos, y que sus dichos difíciles nunca fueron realmente comprendidos o valorados hasta nuestros tiempos. Heráclito de Éfeso depositó su libro en el templo de Diana. El libro ha perecido, como el templo y su culto; pero sus fragmentos han sido recolectados e interpretados con un ardor increíble por los estudiosos, los religiosos, los filósofos y políticos que han estado más intensamente involucrados en el duro trabajo y la tensión de este siglo. Los lógicos más renombrados de la generación pasada adoptaron cada una de sus proposiciones, y el agitador más brillante entre los socialistas continentales compuso un trabajo de 840 páginas para conmemorarlo.

Heráclito se quejaba de que las masas eran sordas a la verdad, y no sabían que un buen hombre vale más que mil; pero apoyaba el orden existente con reverencia para nada supersticiosa. Él sostenía que el conflicto es la fuente y motor de todas las cosas. La vida es movimiento continuo y el reposo es la muerte. Ningún hombre puede sumergirse en la misma corriente dos veces, ya que ésta está pasando y en constante movimiento, y nunca es la misma. La única cosa fija y cierta en medio del cambio es la razón soberana y universal que no todos los hombres perciben, pero que es común a todos. Las leyes no están sostenidas por ninguna autoridad humana, sino en virtud de su derivación de la ley divina. Estos dichos, que recuerdan el marco de la verdad política que hemos encontrado en los Libros Sagrados, y nos llevan hasta las últimas enseñanzas de nuestros más iluminados contemporáneos, serían sometidos a bastantes aclaraciones y comentarios. Afortunadamente Heráclito era tan confuso que Sócrates no pudo comprenderlo, y yo tampoco pretenderé haberlo comprendido.

Si el tema de mi conferencia era la historia de la ciencia política, el punto más extenso y más elevado pertenecerá a Platón y a Aristóteles. Las leyes de uno y la política del otro son, si se me permite confiar en mi experiencia, los libros de donde podemos aprender más acerca de los principios políticos. La agudeza con que estos dos grandes maestros del pensamiento analizaron las instituciones de Grecia, y expusieron sus vicios, no es sobrepasada por nadie en la literatura reciente; ni por Burke o Hamilton, los mejores escritores políticos del siglo pasado, ni por Tocqueville o Roscher, los más eminente del nuestro. Pero Platón y Aristóteles eran filósofos, estudiosos no de la libertad sin guía, sino del gobierno inteligente. Ellos vieron los desastrosos efectos de las luchas mal dirigidas por la libertad; y resolvieron que era mejor no luchar por obtenerla, sino contentarse con una administración fuerte, adaptada prudentemente para hacer a los hombres prósperos y felices.

Ahora la libertad y el buen gobierno no se excluyen mutuamente, y existen excelentes razones por las cuales deben ir juntos. La libertad no es un medio para obtener un fin político más elevado. Es en sí misma el fin político más elevado. No es necesaria en beneficio de una buena administración pública, sino por la seguridad en la búsqueda de los objetivos más altos de la sociedad civil, y de la vida privada. El aumento de la libertad en el Estado a veces puede promover la mediocridad, y darle más vitalidad al prejuicio; puede, incluso, retardar la legislación útil, disminuir la capacidad para la guerra, y restringir los límites del Imperio. Puede decirse con razón, que si bien muchas cosas serían peores en Inglaterra o Irlanda bajo un despotismo inteligente, algunas cosas se manejarían mejor; que el gobierno romano estuvo más iluminado bajo el gobierno de Augusto y Antonio que bajo el gobierno del Senado, en los días de Mario o Pompeyo. Un espíritu generoso prefiere que su país sea pobre y débil pero libre, a que sea poderoso y próspero, pero esclavizado. Es preferible ser ciudadano de una humilde nación en los Alpes, sin posibilidad de influencia fuera de sus fronteras, que un sujeto de una espléndida autocracia que haga sombra a la mitad de Asia y Europa. Pero se puede insistir, por otra parte, que la libertad no es la suma o el sustituto de todas las cosas por las que los hombres deben vivir; que para ser real debe estar circunscripta, y que los límites de esa circunscripción varían; que la civilización que avanza reviste cada vez más al estado con derechos y obligaciones e impone al sujeto cargas cada vez mayores y restricciones; que una comunidad altamente instruida e inteligente puede percibir los beneficios de las obligaciones compulsivas las que al principio se considerarán insoportables; que el progreso liberal no es vago o indefinido, sino que apunta a un punto donde el público no está sometido a ninguna restricción, sino a aquellas a las que encuentre provecho; que un país libre será menos capaz de realizar un progreso en la religión, en la prevención del vicio, o en el alivio del sufrimiento, que otro que no se acobarde de enfrentar grandes emergencias con el sacrificio de algunos derechos individuales y algo de concentración de poder; y que a veces deba posponerse el fin político supremo para obtener unos objetivos morales aún más importantes. Mi argumento no involucra ninguna oposición a estas reflexiones. No nos estamos refiriendo a los efectos de la libertad sino a sus causas. Estamos buscando las influencias que controlaron a los gobiernos arbitrarios, ya sea por la difusión de poderes, o por recurrir a una autoridad que trasciende a todos los gobiernos; y entre aquellas influencias los más grandes filósofos de Grecia no tienen ningún reclamo que deba ser reconocido.

Son los estoicos los que emanciparon al género humano del gobierno despótico, y son sus ideas iluminadas las que colocaron el puente sobre el abismo que separa el Estado antiguo del cristiano, y guiaron el camino hacia la libertad. Viendo que poco seguro es que las leyes de cualquier lugar sean sabias o justas, y que la voluntad unánime del pueblo y la aprobación de las naciones pueden equivocarse, los estoicos buscaron más allá de esas estrechas barreras, y por encima de esas sanciones inferiores los principios que merecen regular la vida de los hombres y la existencia de la sociedad. Hicieron saber que existe una voluntad superior a la voluntad colectiva del hombre, y una ley que sobrepasa las de Solón y Licurgo. Su prueba de un buen gobierno es su conformidad con principios que pueden rastrearse hasta un legislador superior. Es a aquella ley inmutable perfecta y eterna como Dios mismo, que procede de Su naturaleza, y reina sobre el cielo y la tierra y sobre todas las naciones a quien debemos obedecer, y a las que estamos obligados a someter toda autoridad civil, y por la cual sacrificar cualquier interés mundano.

El gran dilema es descubrir, no qué gobiernos prescribe sino cuál debería prescribir, ya que ninguna prescripción es válida contra la conciencia del ser humano. Ante Dios no hay griegos ni bárbaros, ricos ni pobres, y el esclavo es tan bueno como su dueño, ya que todos los hombres son libres por nacimiento, son ciudadanos de la nación universal que abraza a todo el mundo, hermanos de una misma familia e hijos de Dios. La verdadera guía de nuestra conducta no es la autoridad externa, sino la voz de Dios, que baja para habitar en nuestras almas, que conoce todos nuestros pensamientos, a quien debemos toda la verdad que conocemos y todo el bien que hacemos, ya que el vicio es voluntario, y la virtud proviene de la gracia del espíritu celestial.

Los filósofos que se habían embebido de la ética sublime del Pórtico siguieron explicando cuáles son las enseñanzas de esa voz divina: no es suficiente actuar al pie de la letra de la ley, o darle a cada hombre lo que merece; debemos darles más que lo que merecen, debemos ser generosos y benévolos, debemos dedicarnos al bien de los demás, viendo nuestro premio en la negación de uno mismo y en el sacrificio, actuando por motivos de solidaridad y no de ventaja personal. Por lo tanto debemos tratar a los demás como nos gustaría que ellos nos trataran, y debemos perseverar hasta la muerte en hacer el bien a nuestros enemigos, a pesar de la ingratitud y el menosprecio. Porque debemos estar en lucha con el mal pero en paz con los hombres, y es preferible sufrir la injusticia que cometerla. La verdadera libertad consiste en obedecer a Dios, dice el más elocuente de los estoicos. Un Estado gobernado por principios como éstos hubiese sido libre mucho más allá de los parámetros de la libertad griega o romana; ya que abren la puerta a la tolerancia religiosa y la cierran a la esclavitud. Zenón dice que ni la compra ni la conquista pueden hacer a un hombre propietario de otro.

Estas doctrinas fueron adoptadas y aplicadas por los grandes juristas del imperio. Dijeron que la ley de la Naturaleza es superior a la ley escrita, y que la esclavitud está en contra de la ley de la Naturaleza. El hombre no tiene derecho a hacer lo que le plazca con lo suyo, o a aprovecharse de la pérdida de otro. Esa es la sabiduría política de los Antiguos, tocante a los fundamentos de la libertad, como lo vemos en su más alto desarrollo, en Cicerón, en Séneca y en Filón, un judío de Alejandría. Sus escritos nos impresionan por la grandeza del trabajo de preparación al Evangelio, que había sido logrado entre hombres en la víspera de la misión de los Apóstoles. San Agustín, después de citar a Séneca exclama: "¿Qué podría decir un cristiano que este pagano no haya dicho?" Los paganos iluminados habían alcanzado el punto más alto que podía obtenerse antes de que se produjera la plenitud de los tiempos. Hemos visto la amplitud y el esplendor del campo de influencia del pensamiento Helénico, y nos ha traído al umbral de un Reino más grande. Lo mejor de los últimos clásicos utiliza casi el lenguaje de la cristiandad y está en el límite de su espíritu.

Pero en todo lo que he podido citar de la literatura clásica, se reclaman tres cosas: gobierno representativo, la emancipación de los esclavos y la libertad de conciencias. Es verdad que hubo asambleas deliberativas elegidas por la gente; y ciudades confederadas, de las cuales, tanto en Europa como en Asia, había muchas Ligas, que enviaron sus delegados a que las representaran en consejos federales. Pero el gobierno ejercido por un parlamento electo era , incluso en la teoría, algo desconocido. Es congruente con la naturaleza del politeísmo admitir algunas medidas de tolerancia. Y Sócrates, cuando confesó que debía obedecer a Dios más que a los atenienses, y los estoicos cuando ubicaron al hombres sabio por encima de la ley, estuvieron a punto de dar forma a este principio. Pero fue por primera vez proclamado y establecido por ley no en la Grecia filosófica y politeísta, sino en la India, por Asoka, el más antiguo de los reyes budistas, 250 años antes del nacimiento de Cristo.

La esclavitud ha sido, mucho más que la intolerancia, la maldición perpetua y el reproche a la civilización antigua, y a pesar de que su legalidad se puso en duda en los días de Aristóteles y fue sino explícitamente negada por varios estoicos, la filosofía moral de los griegos y romanos, y también sus prácticas se pronunciaron decididamente a su favor. Pero hubo una persona extraordinaria que en esto y en otras cosas anticipó el concepto más puro que estaba por llegar. Filón de Alejandría es uno de los escritores cuya visión de la sociedad estaba más avanzada. Él aplaude no sólo la libertad sino también la igualdad en el disfrute de los bienes. Él cree que una democracia limitada, purgada de sus elementos más groseros, es el modo de gobierno más perfecto, y que gradualmente se extenderá a todo el mundo. Por libertad él entendió el seguimiento de Dios. Filón, aunque solicitó que la condición del esclavo se hiciera compatible con los requerimientos y necesidades de su naturaleza más elevada, no condenó absolutamente la esclavitud. Pero dejó documentadas las costumbres de los Esenios de Palestina, un pueblo que, uniendo la sabiduría de los gentiles con la fe de los judíos, llevó una vida no contaminada por las civilizaciones que lo rodeaban y fueron los primeros en rechazar la esclavitud tanto en los principios como en la práctica. Formaron una comunidad religiosa más que un estado y su número no excedía los 4.000. Pero su ejemplo da testimonio de hasta qué punto estos hombres religiosos fueron capaces de elevar su concepto de la sociedad incluso sin la ayuda del Nuevo Testamento, y ofrece la más fuerte condena a sus contemporáneos.

Ésta es la conclusión a la que llega nuestra investigación: no hay prácticamente ninguna verdad en política o en el sistema de los derechos del hombre que no haya sido alcanzada por los gentiles y los judíos más sabios, o que haya sido declarada con un refinamiento de ideas y nobleza de expresión, que pueda ser sobrepasada por los escritores más recientes. Podría seguir horas recitándoles pasajes sobre las leyes de la naturaleza y las obligaciones del hombre, tan solemnes y religiosos que a pesar de que provienen del teatro profano en la Acrópolis y del Foro romano, ustedes jurarían que están escuchando himnos de las iglesias cristianas y discursos de ministros ordenados. Pero a pesar de que las máximas de los grandes maestros clásicos, Sófocles, Platón y Séneca, y los gloriosos ejemplos de virtud pública estaban en boca de todos los hombres, no tenían poder para impedir el destino de esa civilización por la que la sangre de tantos patriotas y el genio de tan incomparables escritores había sido derramados en vano. Las libertades de las naciones de la antigüedad fueron aplastadas bajo un despotismo desesperanzado e inevitable, y su vitalidad fue utilizada para redimir tanto a las sociedades como a los hombres cuando el nuevo poder llegó de Galilea, entregando cuanto era necesario para la eficacia del conocimiento humano.

Sería presuntuoso si intentara indicar los numerosos canales por los que la influencia cristiana penetró gradualmente en el estado. El primer fenómeno llamativo es la lentitud con que se manifestó una acción destinada a ser tan prodigiosa. Desparramándose a todas las naciones, que estaban en distintos estados de civilización y bajo casi todas las formas de gobierno, el cristianismo no tenía nada del carácter de un apostolado político, y en su misión exclusiva a los individuos no desafió la autoridad púbica. Los primeros cristianos evitaron el contacto con el estado, se abstuvieron de las responsabilidades públicas y eran reticentes a servir en el ejército. Valorando su pertenecía a un reino que no es de este mundo, ellos perdieron las esperanzas en un imperio que se veía demasiado poderoso para ser resistido y demasiado corrupto para ser convertido, cuyas instituciones -el trabajo y el orgullo de inmunerables siglos de paganismo- habían sacado sus leyes de dioses considerados demonios por los cristianos; que sumergió, de tiempo en tiempo, sus manos en la sangre de los mártires, y que estaba más allá de la esperanza de la regeneración y precondenado a perecer. Estaban tan intimidados que imaginaron que la caída del estado sería el fin de la Iglesia y del mundo, y ningún hombre soñó el inconmensurable futuro de influencia espiritual y social que aguardaba a su religión entre la raza de destructores que estaba llevando al Imperio de Augusto y Constantino a la humillación y la ruina. Las obligaciones de gobierno estaban menos en sus pensamientos que las virtudes privadas y las obligaciones de los individuos; y pasó mucho tiempo antes de que fueran concientes de la carga del poder de su fe. Casi hasta la época de Crisóstomo se retrajeron de la obligación de emancipar a los esclavos.

A pesar de que la doctrina de independencia y abnegación, que es el fundamento de la economía política, fue escrita tan legible en el Nuevo Testamento como en la Riqueza de las Naciones, no fue reconocida sino hasta nuestros tiempos. Tertuliano se jacta de la obediencia pasiva de los cristianos. Melitón le escribe a un emperador pagano como si éste fuera incapaz de dar una orden injusta, y en tiempos cristianos Optatus pensó que cualquiera que pensara haber encontrado una falta en su soberano se auto exaltaba casi hasta el nivel de un dios. Pero este quietismo político no era universal. Orígenes, el más hábil escritor de los primeros tiempos, habló aprobando la conspiración para la destrucción de la tiranía.

Después del siglo IV las declaraciones contra la esclavitud son serias y continuas. Y en un sentido teológico pero aún incipiente, clérigos del siglo II insisten sobre la libertad, y clérigos del siglo IV sobre la igualdad. Hubo una transformación esencial e inevitable en la política. Los gobiernos populares habían existido, y también los mixtos, y los gobiernos federales, pero no había habido gobiernos limitados, ningún estado cuya autoridad hubiese sido circunscripta y definida por un poder exterior al propio poder. Ese era el gran problema que la filosofía había planteado y que ningún estado había sido capaz de resolver. Aquellos que habían proclamado la existencia de una autoridad superior, habían colocado una barrera metafísica frente a los gobiernos, pero no habían sabido hacerla real. Lo único que Sócrates pudo conseguir por medio de la protesta contra la tiranía de la democracia reformada fue morir por sus convicciones. Los estoicos sólo pudieron aconsejar al hombre sabio mantenerse lejos de la política y guardar en su corazón la ley no escrita. Pero cuando Cristo dijo "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", esas palabras pronunciadas en su última visita al templo tres días antes de su muerte, le dieron al poder civil, bajo la protección de la conciencia, una sacralidad que nunca había disfrutado, y límites que nunca había conocido; y eran el repudio al absolutismo y la inauguración de la libertad. Porque nuestro Señor no sólo dio el precepto sino que creó la fuerza para ejecutarlo. Para mantener la necesaria inmunidad en el propio ámbito supremo, para reducir cualquier autoridad política dentro de límites definidos, dejó de ser una inspiración para pacientes pesadores, y se convirtió en una carga perpetua al cuidado de la institución más enérgica y a la asociación más universal del mundo. La nueva ley, el nuevo espíritu, la nueva autoridad, le dio a la libertad el sentido y el valor que no había poseído en la filosofía o en la constitución de Grecia o Roma, antes del conocimiento de la Verdad que nos hace libres.


La Libertad en la Edad Media

Dentro de esta época la represión de las libertades personales era bastante dura, al ser una vasallo no solo se debía tolerar los abusos del señor feudal y la nobleza en general, sino que también se tenían que adaptar a las determinaciones de la iglesia que tocaban cada parte de sus vidas.

La iglesia en el medioevo
En todos los países cristianos, ya en la Edad Media, la Iglesia había acabado de organizarse. Todo el territorio estaba dividido en diócesis, cada una sometida a un obispo. Cada obispo tenía un territorio muy vasto y una escolta de caballeros, siendo por tanto un gran señor. En Alemania, donde los obispos habían recibido del rey territorios considerables, habían llegado a ser príncipes.
La iglesia tenía variadas forma de controlar a la gente, entre ellas en esta época de un marcado teocentrismo la institución que posee la virtud divina poseía además gran poder
La excomunión- Los obispos y los sacerdotes daban los Sacramentos, de los que nadie se atrevía a prescindir, por miedo a quedar condenado. Podían también negarlos y prohibir la entrada en la iglesia, y a esto se llama excomulgar, es decir, excluir de la comunión. El obispo o el sacerdote, con un cirio encendido en la mano, pronunciaba una fórmula de maldición, como ésta, por ejemplo:"En virtud de la autoridad divina conferida a los obispos por San Pedro, arrojamos al culpable del seno de la Santa Madre Iglesia, y le condenamos al anatema de una maldición perpetua. Sea. Maldito en la ciudad, maldito en los campos. Malditos sean su granero, sus cosechas, sus hijos y el producto de sus tierras. Que ningún cristiano le dé los buenos días, ningún sacerdote le diga la. misa ni le dé los sacramentos. Sea enterrado con los perros. Sea maldito dentro y fuera, sus cabellos, su cerebro, su frente, sus oídos, sus ojos, su nariz, sus huesos, sus mandíbulas. Y de igual modo que hoy se apagan estos cirios que arrojo de mi mano, la luz de su vida se extinga en la. eternidad, a menos que se arrepienta y satisfaga a la Iglesia de Dios enmendándose y haciendo penitencia". Luego el sacerdote arrojaba el cirio al suelo.
La excomunión vino a ser un medio para defender las iglesias y sus tierras de las intrusiones de los seglares. Cuando un caballero maltrataba o metía en prisiones a un sacerdote o a un fraile, cuando entraba a saco en las tierras de un convento o se apropiaba bienes de una iglesia, el obispo o el abad le excomulgaba.La excomunión servía también para obligar a los seglares a obedecer las reglas de la Iglesia. Se excomulgaba a los herejes y a los que les apoyaban. Se excomulgaba a los señores que se casaban contra las prohibiciones de la Iglesia. Estaba prohibido casarse con una prima, aun en cuarto grado, o con la madrina de un niño del cual se hubiera sido padrino. El rey de Francia Roberto se había casado con su prima Berta (995). El Papa reunió un Concilio que declaró nulo el casamiento y ordenó separarse a Roberto y a Berta, y hacer penitencia durante siete años y pena de quedar excomulgados. Excomulgó al arzobispo de. Tours que había bendecido el matrimonio. Roberto, que amaba a su mujer, no quiso separarse de ella. Ambos fueron entonces excomulgados, y todos sus criados, excepto dos, los abandonaron.
Los señores poderosos no siempre tomaban en cuenta la excomunión. Tenían a su servicio capellanes que seguían diciendo misa para ellos y dándole los sacramentos. Felipe Augusto y Juan sin Tierra estuvieron excomulgados durante varios años.
La inquisición- No se sabe con exactitud dónde, cuándo, cómo y las razones que originaron, durante la Edad Media, el nacimiento de la institución llamada Inquisición.
Las única fechas concretas que se encuentran en la enciclopedias y libros de historia son las de 1233, año en el que se asegura que el Papa Inocencio III autorizó a ciertos dominicos para que investigaran el comportamiento de unos herejes conocidos como albigenses. Se atribuye también esta medida al Papa Gregorio IX.
Fue en España, sin embargo, donde la Inquisición adquirió mayor preponderancia y así llegó a conocimiento de los países de habla hispana, donde también tuvo activa participación.


Los Orígenes
Muchos antecedentes recogidos hacen suponer que la Inquisición medieval se desarrolló en el sur de Francia, norte de Italia, Alemania y en los llamados Estados Pontificios.
Los primeros indicios surgieron, al parecer, en Renania y después se prolongaron a Francia. En estos territorios nacieron grupos religiosos conocidos como albigenses o cátaros. Sus enseñanzas eran cristianas, pero diferían de las orientaciones católicas. Por eso se les llamó herejes y fueron perseguidos hasta su aniquilación. En 1017, en el condado de Orleáns, fue descubierto un grupo cátaro entre los canónigos. Un concilio celebrado en presencia del rey Roberto el Piadoso y la reina Constanza los condenó a ser quemados vivos. En 1022 se hace lo mismo en Tolosa. En 1030, en Monteforte, otra comunidad de cátaros es masacrada, y así, en los años siguientes, siempre en los condados del sur de Francia, se descubren otros herejes que corren la misma suerte. Sucesivamente se actúa contra los heréticos en Colonia y después en Bonn, en Alemania. Milán, al norte de Italia, es considerado en núcleo principal de la herejía, y en el centro de Francia surgen los albigenses, en 1181.
La lucha contra los herejes cátaros y albigenses sirve de antecedente para establecimiento de la Inquisición. Oficialmente fue el conde Raimundo VII, de Tolosa, quien había sufrido los efectos de continuas guerras entre los señores feudales, quien autorizó, en un tratado firmado en 1233 en la ciudad de Meaux, el establecimiento de la Inquisición. En este tratado, entre otras cosas, se obliga a este noble a permanecer fiel al rey y a la iglesia hasta su muerte y a purgar a su país de la herejía; a pagar dos marcos de plata a quienes, por denuncias o de otra manera, permitieran capturar a un hereje.
El Papa Inocencio III, al comenzar el siglo VIII, dio atribuciones especiales a sus representantes en diversas provincias, las que sobrepasan las del clero local, aunque solamente en lo relativo a la lucha contra la herejía.
Poderes similares se confirió a los hermanos dominicos, y así se funda la institución conocida con el nombre de Inquisición.
La Inquisición española se desarrolló indistintamente en diversos períodos. En 1478 fue establecida por los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, y estaba encargada principalmente de espiar a los judíos y moros convertidos que no eran sinceros. El primer Gran Inquisidor fue Tomás de Torquemada. (en la imagen) Bajo su mando, la institución llegó a ser una especie de policía de pensamiento, de la que ningún español estaba libre. Mucho mejor organizada que la Inquisición medieval, era más dura y tenía más libertad para emplear la sentencia de muerte.
En 1512, el Papa Julio II asignó al Inquisición a la Congregación de Santo Oficio, la cual decidía cuestiones de fe, moral, herejías y algunos asuntos conyugales. También manejaba el Index, índice de libros prohibidos.
Se dice que el derecho de prima noche consistía en la costumbre por la cual el señor feudal o los grandes terratenientes y magnates del medioevo, podían yacer con la novia de cualquiera de sus vasallos en la noche de bodas o en la primera noche de desposada, arrogándose por tanto el derecho a desflorarla en el caso que fuera virgen. Respecto de esta práctica, los estudiosos se dividen entre los que aseguran que este hábito estuvo vigente durante la Edad Media –en la que convivían valores impuestos por la cristiandad con algunas costumbres que posteriormente fueron consideradas aberrantes, y los que aseguran que no fue real, y que no existen pruebas de tales procedimientos, también llamados derecho de pernada. Para decirlo con todas las palabras: el señor podía utilizar a la novia o mujer recién casada vasalla a su antojo, antes que el marido mismo.
El Feudalismo
La división en tres órdenes se subdividía a su vez en estamentos compactos y perfectamente delimitados.
En una primera división, se encuentra el grupo de los privilegiados, todos ellos señores, eclesiásticos o caballeros. En la cúspide se hallaba el Rey, después el Alto Clero integrado por arzobispos, obispos, abades y el Bajo Clero formado por los curas y sacerdotes, y por último la nobleza. Es este grupo de privilegiados el que forma los señores y los caballeros, y éstos últimos a su vez podían ser señores de otros caballeros, dependiendo de su poder y de la capacidad de subinfeudar sus tierras. El Alto Clero, además de las tareas que dentro de los tres órdenes le habían sido encomendadas, la guía espiritual y sostener la doctrina moral que mantenía el feudalismo, podían ser a su vez señores y entregar parte de sus bienes para la defensa de su comunidad. Los privilegiados no pagaban impuestos.
Los no privilegiados eran la burguesía, los artesanos, los sirvientes y los campesinos, que se subdividían a su vez en colonos y aldeanos. A éstos correspondía el sometimiento a la tierra y, por tanto, a quien de ella dependiera, trabajándola y entregando una parte de sus frutos al señor, o bien, en el caso de artesanos y burgueses, debían obediencia a quien les garantizaba la defensa de la ciudad y la entrega de bienes o dinero.
El conjunto de laicos libres que no pertenecen a la reducida categoría caballeresca son los no privilegiados en cuyo trabajo descansa el orden económico del feudalismo.
El más numeroso grupo lo forman los campesinos libres, que trabajan la tierra, generalmente ajena, o pequeñas parcelas propias. Entre éstos sigue habiendo diferencias, según se sea labrador que dispone de una yunta de bueyes o mero peón. En algún caso singular, campesinos libres llegan a poseer grandes extensiones que les permitirán más tarde llegar a la condición de terratenientes y, de ahí, a nobles, pero serán situaciones excepcionales.
En cualquier caso, lo que les distingue como estamento, como siervos, es su situación de dependencia frente a un señor que no han elegido y que tiene sobre ellos el poder de distribuir la tierra, administrar justicia, determinar los tributos, exigirles obligaciones militares de custodia y protección del castillo y los bienes del señor y apropiarse como renta feudal de una parte sustancial del excedente, en trabajo, en especie (porcentajes de la cosecha) o dinero.
Al mostrarse de esta forma, entre la iglesia y los señoríos la capacidad de los no privilegiados para tomar sus propias decisiones o ejercer su voluntad era mínima comparada con las democracias liberales de la actualidad.

Historia de la Libertad en la Época Moderna (XVI a XVIII)
Cuando la época medieval tocaba su fin, el renacimiento planteó el problema de la libertad intelectual y de conciencia, con constantes desafíos a los dogmas de la Iglesia católica, lo que dio paso a la época moderna, iniciándose esta con la reforma protestante.
Para estudiar “La Libertad” en la época moderna, debemos basarnos en las grandes revoluciones, ya que, estas contribuyeron a definir la libertad individual y a asegurar su implantación.
La Reforma Protestante
La Reforma Protestante fue un movimiento religioso surgido en el siglo XVI en el ámbito de la Iglesia cristiana, que supuso el fin de la hegemonía de la Iglesia católica y la instauración de distintas iglesias ligadas al protestantismo. La Reforma, precedida por la cultura del renacimiento y, de alguna forma, seguida por la Revolución Francesa, alteró por completo el modo de vida de Europa occidental e inició la edad moderna. Aunque se inició a principios del siglo XVI, cuando Martín Lutero desafió la autoridad papal, las circunstancias que condujeron a esa situación se remontan a fechas anteriores y conjugan complejos elementos doctrinales, políticos, económicos y culturales. La Reforma protestante trajo ideas bastante diferentes acerca de la consideración de estas libertades.

La Guerra Civil Inglesa (Liberalismo moderno)

En el siglo XVII, durante la Guerra Civil inglesa, conflicto armado (1642-1649) entre los partidarios del rey Carlos I de Inglaterra (cavaliers), y los parlamentarios (roundheads), algunos miembros del Parlamento empezaron a debatir ideas liberales como la ampliación del sufragio, el sistema legislativo, las responsabilidades del gobierno y la libertad de pensamiento y opinión. Las polémicas de la época engendraron uno de los clásicos de las doctrinas liberales: Areopagitica (1644), un tratado del poeta y prosista John Milton en el que éste defendía la libertad de pensamiento y de expresión. Uno de los mayores oponentes al pensamiento liberal, el filósofo Thomas Hobbes, contribuyó sin embargo al desarrollo del liberalismo a pesar de que apoyaba una intervención absoluta y sin restricciones del Estado en los asuntos de la vida pública. Hobbes pensaba que la verdadera prueba para los gobernantes debía ser por su efectividad y no por su apoyo doctrinal a la religión o a la tradición. Su pragmático punto de vista sobre el gobierno, que defendía la igualdad de los ciudadanos, allanó el camino hacia la crítica libre al poder y hacia el derecho a la revolución, conceptos que el propio Hobbes repudiaba con virulencia.
La Revolución Gloriosa
La Revolución Gloriosa, incruenta revolución que tuvo lugar en Inglaterra en 1688-1689, que depuso a Jacobo II, en favor de su hija María II y su marido Guillermo III, príncipe de Orange. La revolución transformó la monarquía absoluta de los Estuardo en una monarquía constitucional y parlamentaria.
Jacobo II no tardó en perder el buen nombre que había heredado de su popular hermano, Carlos II: fue demasiado duro a la hora de reprimir la rebelión encabezada por su ilegítimo sobrino, el duque de Monmouth, en 1685; casi agotó todos los recursos humanos y monetarios a su alcance, con el fin de crear un ejército permanente, y colocó a católicos en el gobierno, en el ejército y en las universidades.
En 1688 ordenó que se diera lectura a la Declaración sobre la Indulgencia en todas las iglesias, que garantizaba la libertad de culto a católicos y disidentes. Este impopular acto, junto con el nacimiento de un heredero en junio de ese mismo año, que aseguraba la sucesión católica, impulsó a los rivales de Jacobo a invitar al protestante Guillermo de Orange a ocupar el trono. Guillermo estaba casado con María, la hija de Jacobo, y contaba con el apoyo del pueblo. Cuando Guillermo llegó a Torbay (el 5 de noviembre) y comenzó a avanzar hacia Londres, Jacobo huyó a Francia con su familia. Guillermo obtuvo el control temporal del gobierno, y en febrero de 1689 les fue ofrecida, a él y a María, la corona con la condición de que aceptaran la Declaración de Derechos, que se convirtió en el Bill of Rights. Dicho proyecto de ley otorgaba la sucesión a la hermana de María, (Ana), en caso de que María no tuviera hijos, impedía el acceso al trono de los católicos, garantizaba elecciones libres y convocatorias frecuentes del Parlamento, y declaraba ilegal la existencia de un ejército permanente en época de paz.
La Revolución Gloriosa tuvo éxito, sin derramamiento de sangre: el Parlamento era soberano e Inglaterra próspera. Fue una victoria de los principios whig, ya que, si los católicos no podían ser reyes, ningún monarca podía ser absoluto. En términos de libertad dicha revolución supuso la culminación de cientos de años de intentos por imponer restricciones a los monarcas absolutos ingleses. El Bill of Rights, aprobado en el Parlamento en 1689, trajo consigo el establecimiento de un gobierno representativo en Inglaterra.
El Bill of Rights

En 1689, el rey Guillermo III y la reina María II aprobaron la Declaración de Derechos (Bill of Rights), uno de los documentos esenciales de la Constitución no escrita de Gran Bretaña. Uno de sus objetivos era establecer la supremacía del Parlamento sobre la Corona. En la imagen el Escribano de la Corona leyendo la Declaración a Guillermo y María en la Sala de Banquetes de Whitehall (Londres).
La Guerra de la Independencia estadounidense (1775-1783)
La Guerra de la Independencia estadounidense, fue un conflicto bélico inmerso en un proceso revolucionario que desde 1775 hasta 1783 enfrentó a las trece colonias británicas de la costa atlántica de Norteamérica, que recibirían el apoyo de Francia y España, con Gran Bretaña; su desenlace supuso la independencia de esos territorios y la consiguiente creación de un nuevo país que se denominó Estados Unidos de América. Revolución americana es otro nombre con el que la historiografía ha designado a estos acontecimientos.
La mencionada guerra combinó los problemas de la libertad individual con los de la libertad nacional, propios de la creación de un nuevo Estado. La Declaración de Independencia proclamó la libertad frente a Inglaterra, y la Constitución de Estados Unidos, cuyas diez primeras enmiendas, siguiendo el modelo del Bill of Rights, contienen la enumeración de los derechos civiles, supuso el primer eslabón en la cadena de las sucesivas constituciones nacionales.
La campana de la Libertad, de 943 kg, dio sus primeros tañidos el 8 de julio de 1776, en Filadelfia, en la lectura pública de la declaración de Independencia de Estados Unidos. Volvió a sonar cada día de la Independencia (4 de julio), hasta que se quebró, en 1835. En la actualidad, guardada en un pabellón de cristal de Filadelfia, está considerada como un símbolo de la independencia de Estados Unidos, y, para muchos historiadores, del nacimiento de la edad contemporánea.
La Revolución Francesa
La Revolución Francesa, proceso social y político acaecido en Francia entre 1789 y 1799, cuyas principales consecuencias fueron el derrocamiento de Luis XVI, perteneciente a la Casa real de los Borbones, la abolición de la monarquía en Francia y la proclamación de la I República, con lo que se pudo poner fin al Antiguo Régimen en este país. Aunque las causas que generaron la Revolución fueron diversas y complejas, éstas son algunas de las más influyentes: la incapacidad de las clases gobernantes —nobleza, clero y burguesía— para hacer frente a los problemas de Estado, la indecisión de la monarquía, los excesivos impuestos que recaían sobre el campesinado, el empobrecimiento de los trabajadores, la agitación intelectual alentada por el Siglo de las Luces y el ejemplo de la guerra de la Independencia estadounidense. Las teorías actuales tienden a minimizar la relevancia de la lucha de clases y a poner de relieve los factores políticos, culturales e ideológicos que intervinieron en el origen y desarrollo de este acontecimiento.

La Revolución Francesa de 1789 destruyó el sistema feudal en Francia y estableció el sistema del gobierno representativo. La Ilustración, fuente intelectual de la Revolución Francesa, definió la libertad como un derecho natural del hombre a actuar sin interferencias de ninguna clase, al tiempo que estableció la necesidad de limitaciones a la libertad para con ello procurar la existencia de una organización social propia. Enterrada la teoría del origen divino del poder real, las nuevas teorías ponían el fundamento del poder en el pueblo, y destacaban que la tiranía comienza cuando, ignorando esa procedencia, se violan los derechos individuales. En la Revolución Francesa se encuentra el origen ideológico de la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, que sirvió como modelo para la mayoría de las declaraciones sobre la libertad adoptadas por los Estados europeos del siglo XIX.
En conclusión las revoluciones mencionadas anteriormente dieron origen a la libertad individual, la que la podemos entender al menos dos cosas:
§ Los llamados derechos individuales, específicamente los de primera generación
§ El principio político, social y económico de soberanía del individuo.
La primera definición se enmarca más dentro del liberalismo político, y postula la libertad dentro de los marcos legales; la segunda promueve la misma libertad individual llevada a ámbitos más amplios pasando por encima del marco legal, aunque también aprovechando las que se encuentran dentro de la legalidad, está relacionada con el anarquismo.
Libertad en Nuestros Tiempos
Hoy, todo el mundo habla de libertad (libertad de los pueblos, jóvenes que piden más libertad a sus padres, libertad de conciencia, etc.); Sin embargo, muchas veces se usa mal esta palabra confundiéndola con la capacidad de hacer lo que me apetece. No es lo mismo libertad que libertinaje. No es lo mismo libertad que arbitrariedad. Libertinaje es una libertad trucha. Arbitrariedad es una libertad caprichosa y sin principios, y por lo tanto no se sostiene en sí misma, se cae.

La libertad tampoco se puede negar, como piensan algunos filósofos modernos que conciben al hombre como un animal que se deja llevar por sus instintos (Freud, etc). En este caso, los comportamientos humanos serían simples formas de reacción automática ante ciertos impulsos (el hombre no tendría capacidad de dirección sobre sí mismo). No, el hombre es libre. Se nace con esta facultad.

Pero aun así, nos preguntamos: ¿El hombre es libre? ¿Qué se entiende por libertad? Si soy libre, ¿por qué no puedo escoger mi propia mamá y papá, mi propia patria, mi propio sol? Si soy libre, ¿por qué no puedo hacer lo que me da la gana? Si soy libre, ¿por qué me meten a la cárcel cuando he hecho algún mal contra la sociedad o contra las personas?

El hombre tiene dos facultades nobles que le diferencian del animal: la inteligencia y la voluntad. Con la inteligencia se abre a la verdad y puede conocerla, analizarla y dar juicios de verdad; puede también equivocarse y errar cuando no tiene en cuenta todos los elementos de las cosas y se precipita en sus juicios. Con la voluntad, el hombre decide, opta por el bien particular, finito, limitado que ha captado con su inteligencia. No siempre ese bien elegido es el bien que realiza al hombre y está conforme a su dignidad. ¿Por qué lo elige? Dime cuántos amos tienes y te diré si eres libre.

¿Quién es, pues, libre? El sabio, que se gobierna a sí mismo (Horacio, Sátiras 2, 7, 83).

Ser esclavo de sí mismo es la más pesada de las esclavitudes (Séneca, Quaestiones naturales 3, 17).

La libertad no es deshacerme y rechazar todo tipo de traba, cauce y obligación, pues la libertad se coordina con el ajuste a ciertas realidades que, por una parte, suponen una resistencia, una imposición incluso, y, por otra, constituyen una fuente de energía y posibilidades. Como nos recordó Manuel Kant, el aire ofrece resistencia a la paloma, pero le permite volar. Es suicida rechazar cuanto supone algún tipo de traba, cauce y obligación.

Me encantan las ventanas porque me hacen mirar a través de ellas. Me gustaría que mi casa fuera sólo ventana. Pero la ventana tiene marcos. La libertad es como una ventana. A través de ella se puede aspirar el aire fresco de la vida. Pero así como los marcos son esenciales para que haya ventanas, así también para que haya libertad, se necesitan marcos, si no, esa ventana se cae. ¡Cuántos han caído víctimas del vértigo de la droga, del alcohol, de la violencia, de la velocidad!

“La libertad corre el peligro de degenerar en arbitrariedad a no ser que se viva con responsabilidad. Por eso, “yo recomiendo -dice Viktor Frankl, psiquiatra judío que estuvo internado en un campo de exterminio nazi- que la estatua de la libertad en la costa este de EEUU se complemente con la estatua de la Responsabilidad en la costa oeste” (El hombre en busca de sentido, Herder, 17ª de., Barcelona, 1995).





Noción y tipos de libertad

Gracias a la libertad inteligente, el hombre posee la admirable posibilidad de autodeterminarse y elegir su propio papel, destino, camino. Ese papel lo escribe a su medida con los matices más propios y personales, y lo lleva a cabo con la misma libertad con que lo concibió y pensó. Por eso progresa y tiene historia. Visto un león, decía Baltasar Gracián, están vistos todos los leones, pero visto un hombre, sólo está visto uno, pues cada uno es irrepetible y obra de distinta manera.

Lo que define la libertad es el poder de dirigir y dominar los propios actos, la capacidad de proponerse una meta y dirigirse hacia ella; el autodominio con el que los hombres gobernamos nuestras acciones.

En el acto libre entran en juego las dos facultades superiores del alma: la inteligencia y la voluntad. La voluntad elige lo que previamente ha sido conocido por la inteligencia. Para ello, antes de elegir, el hombre delibera: hace circular por la mente las diversas posibilidades, con sus diferentes ventajas e inconvenientes. La decisión es el corte de esa rotación mental de posibilidades. Me decido cuando elijo una de las posibilidades debatidas; pero no es ella misma la que me obliga a tomarla: soy yo quien la hago salir del campo de lo posible.

a) Hay una libertad física que equivale a la libertad de movimiento: poder ir y venir, entrar y salir, subir o bajar, hacer esto o aquello. Pero la raíz de la libertad está en la voluntad, y la acción voluntaria es, ante todo, una decisión interior. Esto es sumamente importante pues significa que el hombre privado de libertad física sigue siendo libre: conserva la libertad psicológica. Lo expresa muy bien Viktor Frankl en su libro “El hombre en busca de sentido” donde afirma que al hombre se le puede arrebatar todo salvo la última libertad: la elección de su propio camino. Luego se pregunta qué es, en realidad, el hombre, y añade estas palabras: “Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración”.


b) Libertad limitada: La libertad no es absoluta, porque el hombre tampoco lo es. Su limitación es triple: física, psicológica y moral. Está físicamente limitado porque, entre otras cosas, necesita nutrirse y respirar para conservar la vida; su limitación psicológica es múltiple y evidente: no puede conocer todo, no puede quererlo todo, los sentimientos le zarandean y condicionan constantemente; la limitación moral aparece desde el momento en que descubre que hay acciones que puede, pero no debe, realizar: puedes insultar porque tienes voz, pero no debes hacer tal cosa.
Esta triple limitación no debe considerarse como algo negativo. Parece lógico que a un ser limitado le corresponda una libertad limitada: que el límite de su querer sea el límite de su ser. Si la libertad humana fuera absoluta, habría que comenzar a temerla como prerrogativa de los demás.

La libertad tampoco es un valor absoluto, porque tiene un carácter instrumental: está al servicio del perfeccionamiento humano. Los colores y el pincel están en función del cuadro; la libertad está en función del proyecto vital que cada hombre desea, es el medio para alcanzarlo. Por eso la libertad no es el valor supremo: de hecho, nos interesa en la medida en que apunta a algo más allá de la libertad, algo que la supera y marca su sentido: el bien.

Ser libre no es, por tanto, ser independiente. Al menos, si por independencia entendemos no respetar los límites señalados anteriormente. Cortar esos vínculos sería cortar las raíces y lanzarse a navegar sin rumbo, y por eso, la Providencia no ha creado al género humano ni enteramente independiente ni completamente esclavo. Ha trazado, es cierto, un círculo mortal a su alrededor, del que no puede salir; pero dentro de sus amplios límites el hombre es poderoso y libre, lo mismo que los pueblos.

La limitación humana supone que cada elección lleva consigo una renuncia: estar leyendo este tema significa no poder, al mismo tiempo, jugar al tenis o nadar. A su vez, nadar supone no poder, a la vez, andar en bici o pasear. El problema que se plantea debe resolverlo la inteligencia sopesando el valor de lo que escoge y de lo que rechaza. Puestos a renunciar, sólo vale la pena preferir lo superior a lo inferior.

A simple vista podría pensarse que las leyes humanas y divinas son el principal enemigo de la libertad. Sin embargo, tal oposición sólo es aparente, porque la alternativa a la ley humana es la ley de la selva. Tampoco es correcto identificar lo libre con lo espontáneo. La libertad, desde cierto ángulo, es justamente la negación de la espontaneidad: es el dominio de la razón y de la voluntad. Espontáneamente mentiríamos, insultaríamos, rechazaríamos el esfuerzo y el sacrificio, pero sólo somos libres cuando entre el estímulo y nuestra respuesta interponemos un juicio de valor y decidimos en consecuencia.

c) Libertad condicionada: Vivimos en un mundo que impone condiciones. Nacemos entre leyes, cosas, personas: “yo y mi circunstancia”, diría Ortega. Por eso, nuestra libertad no es absoluta, está siempre condicionada, por lo que existe en torno a ella. Ya hemos señalado que nuestra naturaleza humana nos impone vivir como lo que somos: no podemos volar como los pájaros, necesitamos comer y descansar, no podemos esquivar la enfermedad, el envejecimiento y la muerte. Este último hecho -la muerte- no es un pequeño detalle, es un dato esencial a la hora de plantearnos cómo hemos de vivir, qué sentido tiene nuestra vida.

Estamos condicionados por las circunstancias de nuestro nacimiento: no es lo mismo nacer en un continente que en otro, en una familia pobre o acomodada, culta o inculta; no es lo mismo que la lengua materna sea el inglés o el tagalo, estudiar en la universidad o trabajar en la mina. Especialmente estamos condicionados por las personas que nos rodean. Quien tiene un padre gravemente enfermo no puede diseñar su vida al margen de ese condicionamiento tan claro. Quien debe sostener a su familia no puede tomar ninguna decisión importante sin tener en cuenta esa obligación.

No hay que mirar con malos ojos estos condicionamientos evidentes e inevitables. A todo el mundo le afectan. Son parte de la condición humana, y definen nuestra personalidad. Sin ellos, seríamos personas amorfas, sin contornos ni contrastes. Y no compensa gastar energías imaginando lo que haríamos si las cosas fueran de otro modo. Sirve de poco, y se corre el riesgo de soltar la fantasía y acostumbrarse a vivir de quimeras, fuera de la realidad. No es real una libertad sin condiciones: nadie la posee. Los condicionamientos son, en cierto modo, como las reglas de juego, lo que hace que la vida humana sea tal: es una gran suerte, a pesar de los deberes que originan, tener patria y ciudad, padres y hermanos, amigos, compañeros y vecinos.


La elección del mal

Pertenece a la perfección de la libertad el poder elegir caminos diversos para llegar a un buen fin. Pero inclinarse por algo que aparte del fin bueno es una imperfección de la libertad. Y en esto consiste el mal: apartarse el fin bueno que me perfecciona.

La libertad es una espada de doble filo, que puede volverse contra uno mismo o contra los demás: esclavitud, asesinato, alcoholismo, drogadicción, pereza, irresponsabilidad, mal carácter, cinismo, envidia, insolidaridad.

¿Por qué elegimos mal?
¿Por qué a veces el hombre elige un bien aparente, que después resulta que es un mal?

El hombre es libre, pero esta libertad tampoco es el último valor, pues va ligada a otros valores (deber, responsabilidad, ley moral, fe, amor...) que integran un todo único y unido: el hombre.

El hombre es dueño de sus comportamientos. Por eso se le pueden pedir responsabilidades de lo que hace. El hombre es capaz de elegir, actúa movido por deliberaciones, sopesa las diversas opciones, escoge esta carrera o aquélla, se compromete a asistir a las actividades de este club o aquél; juzga, valora dando razones y se decide a actuar. Esto explica la íntima relación que hay entre la libertad (decisión de actuar) y la inteligencia (juicio).

Por tanto la libertad es la capacidad que tiene el hombre para decidir sobre su comportamiento y actuarlo, es la capacidad de auto dirigirse según que le dicte su razón. En esta libertad radica el mérito o la maldad de nuestros actos. Si no tuviésemos libertad, nuestras acciones no tendrían mérito, serían siempre indiferentes.

Es libre lo que no está sometido a necesidad.

Se distinguen dos tipos de libertad.

La necesidad moral: es la obligación de observar la ley ética que salvaguarda nuestra dignidad de hombres. Es la Ley del ser. En este sentido, el hombre no es libre. No goza de libertad para hacer cuanto le plazca, por más que tenga capacidad física para ello. Puede hacerlo, pero no debe hacerlo.
La libertad física: se entiende tanto la libertad de espontaneidad como la libertad de indiferencia. La libertad de espontaneidad consiste en la exención de necesidad extrínseca, o sea, de violencia y coacción. En este sentido se habla de la libertad de que disfruta el pajarito en el aire, el pez en el agua, el viento en el mar y en el desierto, pues su movimiento no está impedido ni coartado por fuerzas exteriores. Así, se habla de libertad civil, política, electoral, etc., cuando se permite que los ciudadanos obtengan sus derechos y busquen sus intereses, sin limitaciones injustas ni obstáculos perjudiciales. La libertad de indiferencia es la exención de toda necesidad física interna, lo que equivale a decir que la voluntad no está constreñida por la acción de causas intrínsecas a resolverse de una manera más bien que de otra, sino que se resuelve de por sí. Mi voluntad se decide por una cosa o por otra, según unos motivos. Estos motivos no son determinantes, pues entonces ya no sería libre, sino determinado.
Libre albedrío: el poder que sólo el hombre tiene entre los seres sensibles para determinarse por sí mismo a querer o a no querer, a querer una cosas más bien que otra, entre los varios objetos que le propone la inteligencia. Es un don divino, porque por él el hombre se eleva incomparablemente por encima de cualquier otro ser animado; pero es a la vez terrible, porque, al abusar de ese don, se puede descender hasta los abismos del mal.

La flor que extiende sus pétalos a la caricia del viento, el insecto que construye con amor su nido, la yema que abre suavemente sus tiernas hojas al primer tibio rayo de sol, la golondrina que abandona su tierra por playas lejanas y más hospitalarias, no disponen del don divino del libre albedrío.

Los animales siguen necesariamente el impulso que les mueve. No gozan de libre albedrío. Siempre querrán así, como se lo dice su instinto. No está en poder de la flor el abrir o no abrir sus pétalos cuando se presentan las causas que determinan que se abran; como no está en poder de la golondrina seguir o no el impulso interno que la impele a emigrar al África o a lugares más calientes. Su libertad es solamente extrínseca y no intrínseca. Los animales, y menos aún las plantas, no pueden obrar como les plazca, contrariando sus tendencias. Pero el hombre sí; el hombre y tan sólo el hombre, además de actividades sujetas a necesidad como la de los animales y plantas, dispone de acciones libres. Y a pesar de su fuerte inclinación a obrar, puede no obrar; así como, no obstante su fuerte resistencia a la acción, puede resolverse a actuar.
Límites:

Pero no hay que pensar que esta libre facultad se extiende a todos los objetos, a todas las clases de actos del hombre y en todas las circunstancias. En realidad, el ejercicio del libre albedrío está sometido a más de una restricción.

a) Ante todo, no existe libertad para con el mal que se muestre sólo como mal, ni para con el bien que se presente sólo como bien, o sea, como bien infinito, porque el primero nos obliga a huir de él, y el segundo nos fuerza a quererlo, y ya no seríamos libres.
No es posible desear el mal como mal. El objeto de cualquiera de nuestras tendencias tiene que ser algo que la satisfaga, por lo tanto, algo positivo, bueno. El mal, en cuanto mal, no es una cosa positiva, sino una simple negación: “la privación de un bien debido”, según observa santo Tomás. El mal como mal no puede ser objeto de nuestra voluntad, no puede ser querido. La voluntad quiere el bien.

b) Tampoco la voluntad puede ser indiferente con respecto al bien en cuanto tal, esto es, el bien infinito. Por necesidad tiene que quererlo. El bien infinito es Dios. Por tanto, la voluntad humana no podría no quererlo a Dios, si lo viese inmediatamente, esto es “cara a cara”, como lo ven los espíritus bienaventurados..
Pero en relación con cualquier otro objeto que no sea ni bien infinito ni mal absoluto, la voluntad humana es libre. En efecto, en todo bien limitado, junto con lo bueno que la atrae puede advertir el aspecto malo que le produce rechazo; y, por consiguiente, puede ser libre para buscar en otro objeto lo que desea. Respecto de cualquier bien limitado es posible la libre opción.

Por otra parte, no hay libre albedrío respecto de ningunas de las operaciones de nuestro organismo que no están sometidas al control de la voluntad, como son las de la vida vegetativa y muchas de la vida sensitiva.

No depende de nosotros, por ejemplo, sentir o no sentir ciertos impulsos, experimentar o no determinados instintos. Puesto el estímulo, la reacción se produce Santo Tomás de Aquino, Quaestiones disputatae, De malo necesaria y fatalmente. No podemos impedirla. A veces, sin embargo, tenemos la oportunidad de alejar el estímulo, y siempre podemos no adherir con la voluntad a la acción instintiva que deriva de él.

Supongan que un amigo, beneficiado por ustedes...que les traiciona.
Sentimos indignación y deseos de venganza. Sentir tales movimientos del alma no depende de ustedes. Son instintos y surgen automáticamente. Pero consentir o no estas pasiones, depende de nosotros, porque en tales actividades interviene el libre albedrío.

c) Otros límites: no se da el ejercicio de la voluntad libre en todos aquellos individuos que, por una tara hereditaria o por un defecto del sistema nervioso duradero o momentáneo, tienen impedidos los centros inhibidores. Por esta razón no pueden considerarse libres, por los menos completamente, los alcohólicos, los morfinómanos, los adictos a la cocaína, mientras persiste la acción del alcohol o de los estupefacientes.

De igual manera, muchos tarados mentales no pueden considerarse libres, o porque están como obsesionados por ciertas ideas fijas, o porque los centros inhibidores son deficientes respecto de las tendencias.

d) Asimismo, el hombre normal en condiciones normales no goza de una libertad absoluta, en el sentido de que pueda hacer todo lo que es posible, como Dios. La libertad física del hombre está circunscrita a los límites de sus posibilidades, que son los de su naturaleza y constitución. También las circunstancias ambientales pueden influir en sus autodeterminaciones hasta coartarlas a veces. Es el caso, entre otros, del condicionamiento causado por los mas media.

Declaración de los Derechos Humanos

Cómo un gran logro y triunfo a de la Libertad en nuestros tiempos queremos mencionar a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos, cuyo texto completo figura en las páginas siguientes. Tras este acto histórico, la Asamblea pidió a todos los Países Miembros que publicaran el texto de la Declaración y dispusieran que fuera "distribuido, expuesto, leído y comentado en las escuelas y otros establecimientos de enseñanza, sin distinción fundada en la condición política de los países o de los territorios".
Preámbulo
Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana;

Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;

Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión;
Considerando también esencial promover el desarrollo de relaciones amistosas entre las naciones;

Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad;
Considerando que los Estados Miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del hombre, y considerando que una concepción común de estos derechos y libertades es de la mayor importancia para el pleno cumplimiento de dicho compromiso;

La Asamblea General proclama la presente.

Declaración Universal de Derechos Humanos como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.
Artículo 1
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Artículo 2
1. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
2. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.
Artículo 3
Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.


Artículo 4
Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.
Artículo 5
Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.
Artículo 6
Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica.
Artículo 7
Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.
Artículo 8
Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo ante los tribunales nacionales competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la constitución o por la ley.
Artículo 9
Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado.
Artículo 10
Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal.
Artículo 11
1. Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa.
2. Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueron delictivos según el Derecho nacional o internacional. Tampoco se impondrá pena más grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito.
Artículo 12
Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.
Artículo 13
1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.
Artículo 14
1. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
2. Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.
Artículo 15
1. Toda persona tiene derecho a una nacionalidad.
2. A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad.
Artículo 16
1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
2. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio.
3. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.
Artículo 17
1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente.
2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad.
Artículo 18
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
Artículo 19
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Artículo 20
1. Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacíficas.
2. Nadie podrá ser obligado a pertenecer a una asociación.
Artículo 21
1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos.
2. Toda persona tiene el derecho de accceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.
3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto.
Artículo 22
Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.
Artículo 23
1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social.
4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.
Artículo 24
Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.
Artículo 25
1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social.
Artículo 26
1. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.
Artículo 27
1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.
2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.
Artículo 28
Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos.
Artículo 29
1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.
2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática.
3. Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.
Artículo 30
Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración.

CONCLUSIÓN

“La libertad de cada persona, termina o concluye, cuando comienza la del otro”

7 comentarios:

Cristian Aguilera dijo...

Este trabajo Muestra la libertad de manera bastante completa pues se ve que abarcarón, la mayoria de las definiciones y pensamientos acerca de ella, cosa que si bien es una virtud puede ser un defecto pues no se concretiza claramente el sentido que toma para ellos la libertad pasando a ser una abstracción de la palabara mas alla de construir un significados propios por lomenos no a simple lectura quizas meresca mas reflexionamiento para interiorizar el concepto formaulado como grupo, pero sigue siendo un gran trabajo de investigación donde se recoge la preparacíon del mismo documento.

Unknown dijo...

Como mencionaba anteriorme al intentar emitir una opinión, una definición de un tema tan vasto como es la Libertad, el resultado siempre será un largo debate sobre filosofía, historia, etc, y sin lugar a dudas sobre "las normas", en este caso: de la normas conductuales; que dice que los dos grandes elementos de los actos humanos son: el elemento cognitivo y el elemento volitivo, faltando cualquiera de los dos se manifestará una carencia de la "libertad", que impide el acto humano libre propiamente tal.
Este trabajo sin lugar a dudas tiene bastas opiniones de diferentes raíces, pero cabe mencionar que debió sintetizar más los temas expuestos, generando pensamientos autónomos y talvés más propiamente jurídicos.

daniela garcia dijo...

Muy buen trabajo, completo; y quizás nunca terminemos de hablar de la libertad, es un tema tan vasto que abarca toda la evolución del hombre, su historia.Pero lo importante en definitiva es que como decía Rousseau "Pueblos libres, recordad esta máxima : podemos adquirir la libertad, pero nunca se recupera una vez que se pierde".

Anónimo dijo...

Ingreible, excelente trabajo, felicidades compañeros es un trabajo muy completo que abarca todo lo que se pueda hablar de la libertad... desde sus definiciones más básicas, distintos hechos históricos, artículos que contempla la Declaración Universal de Derechos Humanos... Nada más que decir, simplemente es un muy buen trabajo.

Anónimo dijo...

Creo que le núcleo principal de lo expuesto y lo relevante para mí, por supesto es la cita: "La libertad es una espada de doble filo, que puede volverse contra uno mismo o contra los demás: esclavitud, asesinato, alcoholismo, drogadicción, pereza, irresponsabilidad, mal carácter, cinismo, envidia, insolidaridad.". Creo que la clave para obtener un buen grado de libertad es la reeducación de nuestros valores como personas y como entes cívicos. Gran trabajo para la educación actual y por supuesto para las familias modernas.

Gabriel Salas dijo...

Buen trabajo compañeros, solo un tanto extenso, pero de todos modos muy completo, importante el punto de vista historico de la libertad, en la que plantearon de como se manifestó ésta en las revoluciones,norteamericana, inglesa y francesa, que fueron muy importantes puesto que son los pilares o cimientos de las libertades individuales y además que han influido a través del tiempo en las políticas de dsitintos países que buscan la forma mas adecuada de gobernar sin limitar la libertad.

Anónimo dijo...

bueno a mi me parecer , es una gran recopilacion de informacion, no quiero hacer un juicio axiologico del trabajo porque no corresponde.

en mi parecer, con lo que acabe de escribir una compañera en la cita de arriba, para mi la verdad no es una espada de doble filo, la libertad no es asimilada por nuestra socieda y por lo tanto, no puede ser materializada de forma correcta.

ahora pueden llegar algunos con argumentos, que todo esto pertenece a la naturaleza humana.

yo podria responder que en menor parte si, y en mayor no, porque nuestra civilizacion es sinonimo de evolucion.

en pocas palabras, solo seremos plenamente libre cuando todos pensemos como uno solo¡¡¡¡

podria existir un pensamiento colectivamente individual?